«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

La supremacía del narcotráfico

12 de noviembre de 2022

El problema de las drogas por antonomasia (las que generan adicción y dependencia) se debe al íntimo juego de dos factores: (1) La producción en unos pocos países con un régimen de oligopolio, al menos de una gran parte de la materia prima. (2) Extensión general y creciente de la demanda de drogas en las sociedades y las clases pudientes. El resultado es un inmenso negocio.

Algunos países productores son Colombia, Bolivia, Perú, México, Marruecos, Afganistán, etc. Corresponde a sociedades mal desarrolladas, con extremas desigualdades, pronas a la violencia extrema y, escasamente, democráticas. Algunas reciben el epíteto de “narco Estados”. La creciente demanda se concentra en países industrializados con estructura democrática; por ejemplo, Estados Unidos de América, Reino Unido y los miembros de la Unión Europea. Desde luego, España forma parte del club y de manera entusiasta. Puede que influya el atractivo del turismo extranjero.

La solución a este galimatías no es perseguir a los poderosos traficantes. Eso es equivalente a la ímproba labor de Sísifo

Concedamos que existe una explotación o dominio de los países consumidores de droga sobre los productores. La historia hace inevitable tal desequilibrio. Lo que está más claro es que las sociedades consumidoras se envilecen por el creciente avance de la drogadicción. De momento, este mercado (enormemente rentable) refuerza otras muchas formas de desorganización social. Por lo mismo, su producción desplaza otras actividades económicas y su consumo masivo fomenta distintas manifestaciones de delincuencia. Anotemos desde el blanqueo de capitales hasta los brotes de terrorismo. El panorama resulta desolador.

Con cierta independencia de sus aspectos literarios o, incluso, terapéuticos, las drogas de adicción forman parte de una cultura propensa a la violencia extrema y a la exclusión de ciertas minorías étnicas.

La especificidad y la grandeza de la cultura occidental ha reposado en el mantenimiento de ciertos valores: por ejemplo, la ética del esfuerzo, el saber diferir las gratificaciones personales. Todo eso se acaba diluyendo en las sociedades occidentales de hoy, dominadas por el hedonismo rampante, el que incita a probar nuevos estímulos.

Sin llegar a tales extremos, los valores tácitos de las sociedades occidentales son la permanente evasión, el disfrute obsesivo del ocio, la continua indiferencia ante las responsabilidades. Es claro que esa nueva axiología es incompatible con la ética del esfuerzo, que supuso la grandeza de la revolución industrial, el avance de la ciencia y el inusitado desarrollo económico. Recuérdese el mínimo detalle del efímero viaje turístico, considerado, ahora, como una “escapada”. El verbo “colocarse” ha pasado de tener un objetivo profesional a encontrarse pletórico con alguna droga adictiva o bebida alcohólica.

La solución a este galimatías no es perseguir a los poderosos traficantes. Eso es equivalente a la ímproba labor de Sísifo, empujando la roca hacia la cima de la colina para volver a caer y empezar de nuevo. Más práctico sería conseguir que disminuyera la demanda de drogas en los países prósperos o aburridos.

La mejor manera de invertir la tendencia señalada sería una completa revolución educativa. No hay ninguna indicación de que vaya a cumplirse de forma generalizada. Es más, todo apunta a que las drogas se extienden a nuevos ambientes hasta ahora exentos. Las bandas difusoras, con inmensos beneficios, se han hecho tan poderosas como los mismos Estados.

En todo lo anterior se dice “drogas” en plural, ya que las hay de distintos tipos, incluso, sintéticas. Lo fundamental es que se constituye una especie de cultura paralela con un radio de influencia, cada vez, más amplio. Los efectos más perniciosos no son tanto enfermedades o intoxicaciones individuales como patologías o desórdenes colectivos. Lo malo es que no se reconocen con facilidad y no se asocian a los efectos generales de la drogadicción.

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