Decíamos hace unos días que el feminismo es ideología al servicio de la federalización de España (vía mutación validada por el organucho Constitucional) y a la vuelta del verano sigue el guion. El Ministerio de Igualdad saca un informe con datos sobre la violencia contra la mujer y políticos y televisiones ocultan que la mitad de asesinatos, agresiones, abusos y violaciones las realizan hombres extranjeros. Una violencia importada.
Pero esto se oscurece y el relato culpa al negacionismo, término delirante que en imitación del Holocausto les sirve para estigmatizar (hasta que puedan penalizar) a quienes no participan de la basura conceptual de la violencia de género. Eso es grave, pero sus implicaciones son ya gravísimas. Poco a poco van estirando una relación causal entre el discurso y la violencia.
Ayer, el fiscal general del Estado dio un paso más. Condenó el «negacionismo» y añadió esta perla: «El discurso negacionista influye directamente en la protección de las mujeres». El fiscal general del Estado señala al enemigo del ídem. Y como el año periodístico empieza igual que el año judicial y el amo es el mismo, el ínclito feminista Ferreras habla en La Sexta, cadena que entre todos nos dieron, de «terrorismo» (terrorismo machista).
La Fiscalía y los medios son extremidades de un monstruo o gilimonstruo tiránico con dos objetivos: hacer hegemónico el feminismo, cortina de humo y aglutinante, mientras, prietas las filas, empaqueta narrativamente el descuartizamiento nacional.
La misma Fiscalía que avisa a ‘negacionistas’ pide cárcel para Rubiales y el juez Pedraz, de nueva y acicalada masculinidad, debe ahora comprobar qué pudo haber de «sexual» en el centro de un estadio, ante las cámaras de todo el mundo, junto a la Reina de España y el presidente de la FIFA; y verificar si Australia considera delito el piquito. Lo tendrá que preguntar. La internacionalización de los conflictos era cosa de los separatistas, pero ya es un hecho y el asunto se debatirá también en la Eurocámara. Allí cualquier asunto se reduce al absurdo y, a la vez, se hace intocable, indisponible, inalcanzable. Si está en Europa, ya se ha ‘comisariado’ y ‘elitizado’.
Lo de Rubiales tiene algo entre la revolución cultural de Mao y una película de Pajares y Esteso, que bien podrían ser Vilda y De la Fuente pidiendo perdón por las emisoras. La RFEF debería convocar una rueda de prensa en la que todo su personal, en ceremonia silenciosa de varias horas, hiciera reverencias a la japonesa de inclinación creciente hasta acabar con las rodillas y la frente en el suelo, implorando entre lágrimas. ¿Bastaría esto para compensar el terrible dolor causado a la víctima por aplaudir a Rubiales, cosa que hizo la misma seleccionadora sustituta? Seguramente no. Las jugadoras, que repararon en la gravedad del asunto en el autobús, no sabemos si antes o después de gritar ¡presi, presi! y ¡beso, beso!, quieren un cambio «es-truc-tu-ral» y ya han cambiado alguna cosa. La figura del periodista deportivo-feminista es su primer gran logro: un ser único en Occidente capaz de decir «filtrar el pase» y «revictimación» en la misma frase. Entusiastas de la igualdad como son, ¿les preguntarán a las chicas, como hacían con los chicos, por la vida sexual en las concentraciones?
Las jugadoras, hartas y sindicalizadas, anuncian una huelga de dos semanas sin Liga y aunque esto arruine nuestro fin de semana, lo damos por bien empleado si así consiguen la equiparación salarial, asunto para el que deberían hablar con los de Arabia Saudí, que querían a Mbappé y se quedaron con Telefónica, los que ahora ponen el precio. En el gobierno parece que los conocen.
Mi peluquero dice que esto es una dictadura, y algo habrá porque del guindo jetocentrista ya cae la palabra iliberal.
Es un golpe en slow motion envuelto en una revolucioncita. Muere María Teresa Campos y está muriendo un icono feminista; muere María Jiménez, y se despide una mujer maltratada. Todo se reduce a eso. La turra, la murga y la matraca mueven a hilaridad. Pero ya está en esto el fiscal general.