«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Graduado en Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador de Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.
Graduado en Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Colaborador de Revista Centinela, Libro sobre Libro y La Iberia.

Las campanas doblan por ti

21 de octubre de 2023

El 10 de junio de 2021 se encontró a mil metros de profundidad, en el fondo marino, el cadáver de Olivia. Aquellos fueron días trágicos porque el corazón de los españoles se sincronizó en un latir de desesperación. Cuarenta y cinco días después de que su padre se las llevara para no volver nunca, España descansó en el descanso de Beatriz, madre de aquellas niñas.

Recuerdo entonces platós abarrotados de tertulianos comentando la jugada, sacando provecho de la tragedia, lucrándose de la barbarie. Y recuerdo de aquellos días un texto breve de José F. Peláez, que pasó sin pena ni gloria, pero que desde hace días resuena en mi cabeza. Titubeante, Peláez reconoció que la mejor actitud sería la del silencio, la de la oración y casi hasta la actitud de la contemplación: de aquello por cuanto debemos dar gracias.

«Cuando un niño llora, es el mundo entero el que llora. O debería, si tiene lo que hay que tener. Y cuando un niño muere, morimos todos un poco, ya se sabe: las campanas doblan por ti». Estos días, cada vez que escucho una campana, no pienso en Álvaro Prieto ni tampoco en sus padres. Cuando las escucho pienso en nosotros y en todo lo que hemos perdido, en lo que hemos muerto estas semanas con la desgracia del joven cordobés.

Yo del caso tengo muchas incógnitas y pocas certezas, pero hoy, como entonces, nuestra virtud está en el silencio y en la oración. Aunque también se hayan llenado los platós de tertulianos y aunque todos hayamos visto esas imágenes que nunca debiéramos. Aunque todo esto, lo mejor que podemos hacer es callar, orar y contemplar. Correr y abrazarnos fuerte al misterio como aquella madre de Montealto.

Nuestra tarea consiste en comprender que en los niños de Gaza e Israel también morirnos nosotros, que en Santa Justa también se nos fue una parte fundamental, y en reconocer con tristeza que la España de manos blancas y claveles ha sido cambiada por una sociedad de ruidos televisivos y retransmisiones injustificables. Una España incapaz de escuchar las campanas, que hoy doblan de nuevo por nosotros.

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