Un reciente estudio de David Rozado demuestra que en los medios de comunicación españoles palabras como machismo o sexismo se han utilizado en una cantidad tal que triplica la de otros treinta y cinco países analizados. Su estudio, basado en el empirismo y el dato, es una gran obra de análisis, pero no aporta mucho a la intuición de quien, como el que suscribe, vivió estos años en un periódico. Todo fue y se sintió como un inmenso montaje de propaganda organizado por partidos políticos con la ayuda de los periodistas y, muy especialmente, de las periodistas.
La intuición precedía al dato y ambos revelan como mínimo dos cosas: que el feminismo español es una colosal patraña sin igual en el planeta y que España es, sin duda posible, una potencia mundial en propaganda capaz de triplicar los niveles mundiales de feminismo mediático, ya de por sí altos.
¿Qué nos sucede? La propaganda es estatal y se diría que nuestro Estado está pensado para ello. La maquinaria de propaganda franquista era un 600 que el 78 ha tuneado con grandes altavoces que salen de todos los recovecos del utilitario. La mezcla de partidos y autonomías consigue la tormenta perfecta: las martilleantes maquinarias partitocráticas compiten y colaboran con las regiones en busca de nacionalidad y con las nacionalidades en busca de nación, todos organismos presupuestarios dedicados a la persuasión y el comecocos.
Pero quizás haya más. La desnacionalización de España obliga a imponer ideologías de fuera. La ausencia de pensamiento propio (prohibido) exige traerlo foráneo. La docilidad española al globalismo y la desespañolización exigen que aquí se implanten, como si fueran aguacates, bloques ideológicos enteros mediante sistemas perfeccionados de propaganda.
Pero habría algo más. Seguro que lo hay. Creemos que la propaganda la hace el Estado, pero en realidad la hacemos todos. La hace el que la emite y el que la recibe, el propagandista y el propagandizado y puede que en el español haya una necesidad psicológica de propaganda porque en nosotros, igual que hay partidos y nacioncitas haciendo país, hay una mezcla de democratismo y de pereza y/o ignorancia que nos anima a ser muy participativos y discutidores, a vivir en lo público y en la conversación, pero sin altos niveles de estudio y conocimiento. España es una democracia avanzada y la democracia requiere participación, pero la participación exige estudio, formación constante, conocimiento político y, faltos de todo eso (y faltos de las ganas de tenerlo), ¿cómo lo suplimos? Con propaganda. La propaganda es persuasión estatal y pereza ciudadana.
Todo lo anterior tendrá resultados difíciles de calibrar. A la estupenda investigación de Rozado ha seguido un vídeo, un tik-tok que ganó la viralidad: una joven española, residente en Basilea, cuenta a sus seguidores su sorpresa al descubrir que en Suiza el 8M, día internacional de la mujer, ni se celebra ni le importa a nadie. Al advertirlo, extrañada, trata de explicárselo y como nos sucede siempre que somos los propagandizados, rechaza sentirse víctima de una estafa piramidal y busca razones que la dejen en mejor lugar: Suiza es un país machista, «no muy avanzado en estos aspectos», «que premia mucho que la mujer no trabaje». Y lo dice ella, emigrante allí, seguramente trabajadora allí. España, potencia mundial de la propaganda, laboratorio del cosmopolitismo, consigue algo nuevo: trabajadores que emigran a países menos avanzados. Fabricamos emigrantes, pero emigrantes que no lo son del todo, con la conciencia de ir a lugares culturalmente atrasados. Emigrantes liberadas. Tan liberadas que se van del país. Es como si una trabajadora ecuatoriana, al ver el tren de vida de sus empleadoras españolas, pensara que viven en una forma de atraso cultural que ella no padece. Es algo digno de estudio. España produjo en el siglo pasado emigrantes al progreso, a lugares más ricos y, si no mejores, más desarrollados. Vente a Alemania, Pepe. Ahora, miles de millones de propaganda después, España produce emigrantes a países «atrasados». Emigrantes liberadas que viajan hacia atrás, al pasado. Son a la vez la española y la sueca, Gracita Morales y Helga Liné. España las ha emancipado tanto que el trabajo, la opresión del patriarcado capitalista, han de ir a buscarlo fuera.
Admiremos los logros de la grandiosa propaganda de las trepas (Spiderwomen) del feminismo: no solo producir mujeres troqueladas de voto cautivo; también emigrantes altivas y emancipadas.