La noche anterior a irme de vacaciones, lejos de España, mi querido director me dijo que yo antes era mucho más positivo y optimista. Que él, que me lleva leyendo desde el siglo pasado –nos vamos haciendo mayores–, ha notado un giro en mi forma de ver la realidad. Efectivamente, antes era mucho más positivo. Siempre he creído y sigo creyendo en la política como un gran servicio público, imprescindible en las sociedades modernas, al que deben dedicarse los mejores. Los grandes hombres. Y en España, a lo largo de la transición y de años posteriores, los hemos tenido. El problema está en que esos grandes hombres, como tienen algo que hacer en la vida, acaban huyendo de la política expulsados por el sistema partitocrático del que se han apoderado personas pequeñas, mediocres, cainitas en su supervivencia que no sirven al público. Cuando yo creía en los políticos también eran expulsados del sistema mediante el asesinato como ocurrió con Gregorio Ordóñez o Fernando Múgica, entre tantos otros.
Esas grandes personas, generosas hasta dar su vida, no habrían consentido que el sistema democrático degenerara en esta partitocracia, sin valores ni principios, que permite que su asesino tenga seis días de vacaciones penitenciarias en un hotel de montaña, con encanto, acompañado de su pareja y su hijo. ¿Alguien se imagina que en EE UU o en Francia los condenados a 400 años de cárcel por asesinar políticos –o a cualquiera– sean autorizados tres veces al año a vacaciones penitenciarias en las Rocosas o en los Alpes? ¿Se puede creer en unos partidos que consienten cómo la proterrorista chupinera de Bilbao ejerce su mandato día a día mofándose de la justicia? Mal está una sociedad que elige a esa persona. Peor es que tenga unos líderes políticos, que miran para otro lado, o critican a quien actúa conforme a la ley.
Me cuesta ser positivo al ver cómo Urdangarin evade el dinero destinado al deporte de los niños discapacitados o cómo el de los parados se reparte en falsos ERE de la Junta de Andalucía o en autobuses para las huelgas, revistas para el autogozo del sindicalista de turno o en comidas de la UGT. Y todos, como el PP con Bárcenas, mirando para otro lado, mintiendo, y señalando la mierda del otro siendo incapaces de asumir la suya.
Pero soy optimista. Porque lo mejor que tiene España son los españoles y su capacidad de adaptación, sacrificio y reinvención cuantas veces ha sido necesario. Y ahora lo es. Soy optimista porque entre la morralla hay gente con valores y principios como Carlos Urquijo, Albert Rivera y bastantes más. El trabajo que tenemos entre todos es limpiar el paisaje y crear una realidad que nos devuelva al positivismo. Todos lo necesitamos.