Alguien le tiene que decir a Obama que su discurso aquel multicultural, zapaterista, quizá inspirado en el recuerdo nostálgico de su colegio islámico -cuando le llamaban Hussein- no ha llegado a calar del todo en la versión integrista de la religión de su padre. Alguien se lo tiene que decir no porque él no lo sepa, sino para ponerle colorado de vergüenza, y así de paso los EEUU pagan otro tributo histórico y tienen de presidente momentáneo a un piel roja. El imperio contempla el exterminio de los cristianos en Irak con una indolencia criminal, quizá porque eliminado el otro Hussein -o sea, Sadam- ya tienen todo el acceso al petróleo que requieren, y lo que pase por encima de las bolsas de nafta les importa un ardite. Cuidado, porque si Putin está listo y rápido igual se pone él a defender la civilización frente a las invasiones bárbaras -como ha hecho en Siria- y acaba por disputar a los gringos la gendarmería mundial. A Rusia le pega el papel, porque se ha pasado siglos atizando al Islam como si su estepa también acabase en Despeñaperros, y de las Navas de Tolosa ellos tienen versiones a decenas contra los tártaros, turcos, afganos y chechenos.
Es cierto que el nuevo Zar no tiene el marketing más propicio en la Europa occidental, demasiado rudo para una sociedad que encumbra el gris metrosexual. Pero también es verdad que la admiración a los tipos lánguidos y afeminados de las naciones decadentes no resiste un par de descargas de fusilería. Mientras manteníamos las guerras lejos podía servir, pero ahora que los voluntarios del ISIS salen de los suburbios de Londres, Paris o Ceuta, la obamamanía se evapora, igual que se han decolorado los carteles estilo Warhol que propagaron su icono. Las retiradas en Irak y Afganistán no han sido el preludio de la alianza de civilizaciones, sino el abono perfecto para las matanzas. En Siria la primavera árabe se ha convertido en guerra permanente, los cristianos de Nigeria no tienen quien les escriba -porque no son musulmanes palestinos- y Ucrania no disfruta de la pax americana. En el año 2013 el mundo registró el mayor número de enfrentamientos armados desde el fin de la segunda guerra mundial, y en el 14 llevamos camino de superarlo, como un homenaje literal a la Gran Guerra. Y todo bajo la atenta mirada de Hussein Obama, el perfecto hijo de lo hippie, la mezcla venenosa de cannabis y Harvard, el presidente que encarna -además de todos los complejos del occidente cristiano- ese pacifismo pueril y cobardón que precede a todos los desastres bélicos. Menos mal que al comandante en jefe le dieron el premio Nobel de la Paz. Si le dan el de Literatura hacemos una hoguera universal de bibliotecas.