El triunfo de Marine Le Pen en Francia ha venido a sumarse al aldabonazo en las mentes euro burocráticas mundialistas que ya recibieron con Giorgia Meloni. Son dos líderesas políticas que rompen todo su teatrillo barato del empoderamiento de la mujer, el heteropatriarcado y lo refractario del pueblo a esa temida «extrema derecha». Ambas, mujeres de empuje, no han necesitado a ninguna Irene Montero o a un ministerio de igualdad para encabezar un movimiento político que empieza a tomar más que cuerpo y forma en esta Europa al borde del abismo. Es la revolución del retorno a la sensatez, a la defensa de lo que somos, de nuestra cultura, de nuestra manera de ser y de pensar, en suma, del sentido común que perdieron hace tiempo los dirigentes woke que nos han llevado a este infierno de disturbios constantes, delincuencia tolerada cuando no promovida desde los poderes públicos, corrupción, gasto público desmesurado y derroche en políticas sectarias y absurdas.
Le Pen ha asustado muchísimo a la nomenclatura globalista. Porque lo de Meloni ya no es un caso aislado, como nos dicen tantas veces cuando alguien de otro país comete un acto criminal. Le Pen se suma, con el peso que le da un gran país como Francia, a ese cambio del oleaje político en el viejo continente. Y todo obedece a una simple razón: la gente está harta de tener que aguantar a esos politicastros de vida muelle, sueldos enormes y discursos terribles diabólicamente envueltos en papelitos estampados con florecitas de colores. La gente lo que quiere es poder trabajar sin tener que hacerlo solo para poder pagar al estado, quiere ser dueña de sus vidas privadas sin que ningún censor gubernamental meta las narices en ellas. Y la gente entiende lo racional, es decir, que la ley sea igual para todos y que se cumpla. Y que el delincuente tema la mano de la policía y la de la Justicia. Que la propiedad que uno se ha ganado a base de sudor y años sea sagrada. Que no salga más caro defender tu casa ante un okupa que violar en manada a una pobre chiquilla. Que puedas pasear por su barrio con tranquilidad, sin miedo, que puedas ir a cenar y volver tarde a tu casa sin mirar el reloj, porque a partir de según qué horas la calle está prohibida para la gente decente. La gente quiere políticos honrados que no vengan a lucrarse, sino a servir a la nación. La gente, en suma, no quiere más experimentos ni más jaimitadas. Quiere que su país vuelva a ser lo que era y al que no le guste, que se vaya.
Ese retorno a lo normal, a la convivencia entre iguales, es lo que horroriza al wokismo burgués-pijoprogre. Ellos lo que desean es tenernos enfrentados a los unos con los otros por cuestiones de sexo, nacimiento, credo, clase, lo que sea. La igualdad que otorga el sentido de la patria común no les conviene en absoluto. Tampoco el de cultura occidental, que a tantos nos hermana. División y sumisión, esos son sus lemas. Justo lo contrario que Le Pen o que Meloni. Sí, tienen miedo.