Ana Obregón estuvo en Hollywood, Ana Obregón le hizo una paella a Spielberg y salió en ‘El Equipo A‘, Ana Obregón fue novia de Bertín, de Bosé, de Fernando Martín, de Darek y Davor Suker, y un verano nos presentó en televisión a su novio italiano, el conde Lecquio, iniciando una rivalidad histórica con Antonia Dell’Atte; Ana fue ‘Ana y los siete‘ y es, según Wikipedia, «actriz, presentadora, modelo, guionista y bióloga»; inauguraba todos los veranos con su figura, a la que cada año parecía caérsele una costilla. Y madurar o envejecer es ver cómo la vida se pone seria incluso con Ana Obregón, que perdió a su querido hijo y ahora aviva un debate sobre la subrogación y un posible cambio legal.
Ella quizás sea la excusa. El aborto también es importante y de eso no se hablará. Nadie querría ver una portada del ‘Hola‘ con alguien saliendo de abortar… En ambos casos, la madre no lo sería del todo, porque aborta o porque arrienda, pero es su felicidad lo que cuenta, la de quien puede opinar, votar, consumir, gastar, decidir.
La vida se pone seria y el mundo se pone complicado de tanto cambio. Esta generación no ha visto de cerca una guerra, pero ha visto tantas cosas que envejece de obsolescencia. Ahora entran los expertos en bioética, pero cuando aparecen ya es demasiado tarde. Ha tardado horas el PP en proponer un consenso que permita la subrogación altruista, por amor al prójimo, lo que sería avanzadilla, primer paso. Es un bioliberalismo sin transacción, esconde el negocio que subyace, bioliberalismo no mercantil, solo en principio, pero ‘liberador’ ya de la gestación.
Liberar liberan. Libertad de quien se lo pueda pagar o de quien pueda ‘convencer’ a la altruista, a la que habría que compensar de alguna forma por los nueve meses. Aquí difieren izquierda y liberales solo porque en juego está el centro totémico de la nueva cosmovisión: la mujer, la mujer ‘alquilada’, mujer y pobre. La izquierda piensa en el extremo inferior de la transacción, los liberales-facilitadores piensan en el extremo superior, la mujer que busca la felicidad. ¿Qué hay más importante que ser feliz? Pero si se quita lo mercantil, el esquema rico-pobre, ¿acaso no están de acuerdo? Los liberales crean nuevas libertades para quien se las puede pagar, igual que la izquierda crea nuevos derechos. Se darán la mano en un horizonte posthumano de contractualismo.
Y el católico o el que no lo es mucho, pero cuelga de su antropología, se queda pensativo. Desazonado y aguafiestas. Permitamos la libertad, vale, del que puede. Porque el liberalismo es casi siempre libertad del dinero. Luego, los que no pueden le pedirán al Estado que lo haga posible, igualitario, que lo socialice y… veremos vientres públicos.
El vuelco cultural presentido nos marea, pero total, qué más da, dirán los frívolos, los estrictamente frívolos, ¿o no nació Jesucristo de una cierta subrogación?