Este conocido dicho, no por muy repetido y reconocido universalmente, parece que sea comprendido por nuestra clase política, ya que dicho axioma debería orientar y condicionar sus actuaciones sobre cualquier otra consideración.
El mecanismo por el que se accede al poder es sin duda un capítulo importante para todo aquel que quiere ejercer la función pública, ahora bien, no es ni mucho menos el más importante, ni para la sociedad en cuestión, ni para los ciudadanos. La misión principal y fundamental, en ocasiones parece que se quiere olvidar, es la de gestionar y gobernar de manera que se consigan los mejores resultados para el conjunto de la ciudadanía. Entre esas obligaciones está el tomar decisiones trascendentales, a corto y largo plazo, aunque puedan generar inconvenientes electorales o subvertir principios que afecten a determinadas ideologías, pero que no hay más remedio que abordar, problemas que están muy por encima de los asuntos electorales, y que ocupan el centro de las prioridades de los ciudadanos afectados, a quienes dichas decisiones atañen directa y personalmente, mucho más que si al frente del gobierno está un candidato u otro.
Me refiero en este caso concreto al asunto de las pensiones. Va siendo hora de que se les comunique a los ciudadanos que el sistema actual es absolutamente inviable y que es necesario complementar un sistema de participación con uno de capitalización, no hay otra, a los derechos adquiridos respetarlos tal y como han contribuido, y a los que se incorporen establecer un mínimo y el resto planes de verdad privados de capitalización, independientes, con verdaderos beneficios fiscales, sin la obligatoriedad de tener que instrumentarlo a través de entes o instituciones financieras para disfrutar de dichos beneficios, es decir el que quiera gestores muy bien, pero el que decida tomar sus propias decisiones también debe disfrutar de libertad para elegir su mecanismo de jubilación complementaria.
Seguir pretendiendo que el actual sistema puede sobrevivir más allá de unos años es pura invención y una irresponsabilidad, salvo que se proceda a una incorporación del sistema al capítulo fiscal, y eso, dado que cada vez hay menos personas, la inversión de la pirámide de población es un hecho demostrado desde hace muchos años ya, supone tal presión fiscal sobre el trabajo, que agotaría cualquier posibilidad de desarrollo económico de la sociedad. Eso también está demostrado, el comunismo o socialismo real, como ahora parece que se trata de definirlo, solo ha generado un reparto de la miseria. Por muy buena voluntad que se quiera ver en el alma humana colectiva.
Es verdaderamente ofensivo ver como los políticos, que en el fondo, a pesar de catedrales dialécticas, se están despellejando por las migajas del poder para satisfacer, en el mayor parte de los casos, como ahora estamos teniendo ocasión de percibir en vivo y en directo, sus ambiciones personales. Ante nosotros tras una oleada de optimismo juvenil, hay que reconocer la profunda verdad bíblica: “Vanidad de vanidades todo es vanidad…”
Lo malo es que de paso, en busca de nominaciones, han confundido el medio con el fin, descuidan y relegan aquellos problemas que verdad importan al ciudadano particular a las tinieblas. Pero como la realidad es muy terca, y a la larga al ciudadano le importan sus problemas y no los de los actores políticos, se acaba erosionando la confianza en el sistema y acaban por transferir su obediencia a otros credos que no necesariamente pasan por la actual estructura de partidos ni de territorios.
La formula de llenar a Europa de emigrantes, que a alguien ya se le habrá ocurrido, no funciona, pues las diferencias culturales (¡dejen de agitar la bandera del racismo como tapadera!) son enormes y producen tal rechazo en la población autóctona que nos puede llevar a verdaderos males y disparates mayores.
Ha ocurrido en el pasado, “¡con las cosas de comer no se juega!” y volverá a ocurrir, si nadie lo remedia, que nadie crea que un sistema, una persona o una institución son imprescindibles, cuando la necesidad es acuciante, la gente acepta lo que le propongan para poner remedio al problema, aunque eso implique un gran sacrificio.
Son muchos los verdaderos problemas con los que se enfrenta España, Europa y el mundo como para perder el tiempo con “galgos y podencos” o para soportar ver a una serie de personajes disputándose a codazos un puesto en la dirección. La paciencia tiene sus límites y la necesidad acaba por imponer sus reglas, que nadie alegue que no se daba cuenta…