Ya no sé si lo decía sir Roger Scruton o nuestro Gregorio Luri o Michael Oakshott o João Pereira Coutinho o quién, que con tanto interlocutor me pierdo, pero los conservadores son los conversadores. En varios sentidos, además. Los que hablan con la tradición y, a la vez, con el tiempo actual. Y los que atienden a los contrincantes, dispuestos a reconocerles lo que de verdad y belleza haya en sus postulados, ni un ápice más. Valorando esa actitud por encima de todo, he de confesar mi incomodidad con los debates políticos en los que cada candidato va por su carril, como si fuese una carrera de galgos, todos tras la liebre mecánica de las encuestas.
Y, sin embargo, siempre hay un sin embargo. Una ligera sordera suele ser una distinguida mini minusvalía, y más cuando lleva implícita una clara voluntariedad. A partir de cierta edad o categoría, uno se la puede permitir. Los políticos también.
Aunque no deja de ser incómoda, por supuesto, para los demás. Los espectadores del debate, sobre todo los muy atildados y atentos a las buenas maneras, nos ponemos muy nerviosos cuando un candidato o candidata no contesta a una interpelación directa. Preferiríamos una esgrima a primera sangre. Pero la sordera electiva tiene ventajas que superan con mucho a sus incomodidades.
En los últimos tiempos, se disfraza como conversación lo que es imposición, y abundan las cuestiones candentes que no se sacan ni por asomo
Primera, la que sabe todo el mundo. Hay unos mensajes que conviene soltar porque son los que espera nuestro electorado. No hace falta decir que este motivo no es, ni mucho menos, mi preferido. Si sólo fuese por él, yo me enquistaría en mi conservadurismo conversador. Dejaría los mítines para exponer los mensajes claves y emplearía los debates para rebatir los mensajes claves de los contrincantes.
La segunda razón resulta, en cambio, imbatible. En los últimos tiempos, se disfraza como conversación lo que es imposición, se llama consenso a hacerte pasar por el aro, y abundan las cuestiones candentes que no se sacan ni por asomo en ninguna conversación. Se hacen unos discursos envolventes en los que no cree ni el que los suelta, y con ellos se pretende echar un chorro de tinta de calamar sobre la realidad incómoda. En esos casos, aunque parezca que se renuncia a la conversación y al debate, el gesto del que sale por los cerros de Úbeda está mucho más justificado.
Todo esto se vio en el debate de las elecciones andaluzas. Macarena Olona a menudo hacía oídos sordos a las interpelaciones de los otros candidatos y soltaba lo suyo. Podría parecer que cumplía con el primer objetivo: emitir el mensaje a toda costa. Sin embargo, pudo verse que su descaro de ir por libre también tenía el segundo componente. En tres momentos con nitidez.
Ese salir por peteneras [de Olona], quizá forzando un poco de más el jipío, colocó en el debate cuestiones que están en el centro de la preocupación social
1) Cuando hablo de la inmigración ilegal. Por supuesto, es un problema sociológico en muchas comarcas de Andalucía, pero, además, es un problema de Estado de Derecho, en cuanto convivimos con una vulneración continua de nuestro ordenamiento jurídico. Si Olona hubiese seguido el curso de la conversación, ese tema vital no se hubiese mentado jamás por ninguno de los otros cinco candidatos. 2) Pasó lo mismo con la violencia intrafamiliar, que incomoda hasta el mutismo al resto de fuerzas políticas, no se entiende por qué. Parece que para defender a las mujeres se hace necesario relajar la defensa de las otras víctimas o cubrirlas de un manto de silencio. Y 3) el adoctrinamiento en las aulas tampoco hubiese aparecido. De hecho, esos temas, una vez expuestos por Olona, volvieron al silencio. Nadie recogió el guante salvo para rasgarse poquito y rápido las vestiduras.
Contra el mutismo, la sordera es un tratamiento homeopático. Si Macarena Olona hubiese seguido dócilmente el hilo de la conversación no habría salido del laberinto del debate o no hubiese podido coger nunca por los cuernos a los minotauros de lo políticamente correcto. Ese salir por peteneras, quizá forzando un poco de más el jipío, colocó en el debate cuestiones que están en el centro de la preocupación social, pero que los demás políticos querían fuera de foco. Olona se fue hasta los cerros de Úbeda para traerlas, y que salga el sol por Antequera.