«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los Discursos

30 de diciembre de 2014

Cómo se sorprenderían los oyentes o televidentes, si a un personaje público se le oyera decir que la corrupción es un fenómeno saludable para la sociedad, que es un mal necesario para engrasar el sistema, que naturalmente no todos somos iguales ante la ley, que el esfuerzo no merece recompensa, o alabar a la hipocresía como manifestación de inteligencia, así como la habilidad para manipular a la mayoría o la evidente utilidad del soborno encubierto y el clientelismo como armas para conseguir ventajas en una sociedad competitiva… Nos sorprendería, porque no es lo que se supone que un personaje público debería decir, va en contra de unos usos sociales, aunque fuesen  de una sinceridad rayana en la insolencia informativa. Sería  absolutamente política y moralmente un discurso incorrecto. Es en el fondo un acuerdo social, una convención, algo que no debe decirse, que aunque produzca escándalo, puede que represente con mayor exactitud el pensamiento de una gran parte de la sociedad que no se atreve a confesarlo. 

Igualmente y en sentido contrario nos fatiga intelectualmente escuchar un discurso lleno de tópicos, lugares comunes, convenientes aseveraciones, obvias y evidentes, propias de una clase de primaria moral o ética, para cubrirse las espaldas de críticas o realidades demasiado vergonzosas como para abordarlas clara y directamente. Son discursos sin contenido sustancial pues esquivan lo concreto, es en la letra pequeña o los detalles donde está el diablo, dicen los ingleses. 

En el primer caso nos escandalizaría pero nos resultaría atrayente, en el segundo nos aburriría y lo desecharíamos  como quien oye llover. Es cierto que el ser humano tiende a favorecer en ocasiones la emoción de lo llamativo y distinto, lo atrevido, pero también es cierto que tenemos un sustrato racional al que hay que apelar para atraer la atención del público sin incurrir en evasivas con datos y hechos reales. Desgraciadamente los partidos tradicionales han estado mareando la perdiz, más ocupados de sus intereses particulares que de comunicarles a los votantes y al público en general aquello que este desea conocer. 

¿Cómo cambiar el discurso y atraer la atención racional del público? Pues informando debidamente de la problemática real que preocupa a los ciudadanos, sin tapujos, diciéndole la verdad de la situación, no tapándose las vergüenzas con disculpas y lugares comunes o prometiendo lo que son perfectamente conscientes que no es posible dar para conseguir cien votos más o menos. Eso produce hastío entre el sector realista de la población y frustración entre los soñadores. Todo ser humano tiene un poco de ambos.

El éxito de los programas del “corazón” o de la “prensa rosa o amarilla”, así como de algunas tertulias deportivas,  se debe en gran parte a que los actuantes  sin recato, sueltan lo que el morbo colectivo desea conocer.  También al político habría que exigirle esa transparencia concreta, no en abstracto, no solo declaraciones o principios generales, probablemente la gente les seguiría más.  ¡Expliquen lo que hacen y por qué y expónganse! ¿Alguien podría imaginarse a Isabel Pantoja y a Miguel Muñoz, en mitad de sus problemas, soltándonos un discurso lleno de máximas morales? No creo que deba rebajarse la discusión política al cotilleo ni la frivolidad, pero si tomar nota del fondo y la forma de lo que la gente quiere saber o quiere que le expliquen. Si no, acabarán llevándose el gato al agua los que más gritan y mayores barbaridades dicen, los que como decíamos al principio, más pueden escandalizar, entre otras cosas porque  parecen más divertidos ¡Qué frivolidad!  

 

  

 

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