Quienes consideran la catalanización de los nombres como una pose snob, ignoran la riqueza que aporta a las españas tanta diversidad, ya sea natural o impuesta. Por ejemplo, de las sombras de corrupción que en estos días llenan los periódicos, una sociedad monolingüe sólo habría sacado un par de dichos populares del estilo “tienes más millones que Olegario”, o quizáalgo asícomo “roba más que Olegario en la finca de su padre”.
Por el contrario, en comunidades plurinacionales, multiculturales, polifórmicas, las posibilidades se multiplican, y de una anécdota que sirve poco más que para un refrán, el juego lingüístico puede fecundar una novela. Pongamos por caso que uno quisiera contar la historia de un tipo que roba como cuarenta de Alí Babá. Si se elige para el protagonista el nombre de Olegario, las tramas inevitablemente se reducen. Una obra titulada “El robo de Olegario” tiene que ceñirse a la sustracción de unas cuantas gallinas o al hurto de unos cerdos al amparo de la oscuridad de la cochiquera. Como mucho se podría incluir un atraco rústico -con escopeta de postas- a una caja de ahorros rural. Sin embargo, con la simple catalanización del nombre, el abanico argumental se multiplica. Los títulos “Oleguer connection”, o “Atrapa a Oleguer” pueden esconder espectaculares asaltos a depósitos públicos o privados, latrocinio a gran escala, tráfico de cualquier cosa, bólidos tipo James Bond para la fuga de capitales, policías y jueces corruptos o amedrentados, en fin, todo un universo criminal con el que se relamería cualquier guionista del género más negro.
Claro que la película resultante debería incluir una declaración de defensa de las lenguas minoritarias, aclarando que los personajes de ficción para nada pretenden representar a la honrada élite catalana. Esta precaución no es una necesidad nueva. Incluso durante el franquismo menospreciar la lengua de Josep Pla resultaba un delito abominable. De hecho Nestor Luján fue condenado a ocho meses de cárcel por publicar en su revista una carta en la que se ponía en duda la supervivencia de esa lengua mediterránea. Más que por menosprecio, a Luján debieron haberle encerrado por su nula capacidad para entender el futuro. En conclusión, no seamos obtusos, catalanizar enriquece. No sólo la cultura, sino también las cuentas corrientes -o secretas- de familias numerosas.
Volviendo al cine negro, Robert de Niro haciendo de Al Capone es el que mejor define la situación: Estamos asistiendo a un combate de boxeo. El que que quede en pie será el vencedor.