A lo largo de la historia se han utilizado infinidad de medios para alcanzar el poder por parte de aquellas minorías cuyo propósito era controlar la sociedad en su beneficio o para la satisfacción propia de esas mismas minorías. Desde la más rudimentaria que sería la simple fuerza, pasando por el dominio económico, hasta los más complejos mecanismos religiosos o las actuales variantes del pensamiento marxista revolucionario que hoy nos ocupan y que tan presentes podemos sentir en España y en todo Occidente.
Es cierto que la idea del comunismo-anarquismo ortodoxo como tal, se ha derrumbado en su aspecto económico, político y militar tras la caída del muro de Berlín, pero no nos engañemos sus ideólogos están presentes y son extremadamente activos desde otra perspectiva, aparentemente más inocua y “bien pensante”.
Leyendo el último ensayo del profesor británico Ed West “The diversity illusion” (La “ilusión de la diversidad”) citaba un par de obras esenciales para comprender aquello a lo que nos estamos refiriendo, que desgraciadamente tendemos a pasar por alto en este ajetreo político contemporáneo en donde lo urgente desplaza a lo importante. Refiriéndose al estudio de Chris Dillow, “The end of politics” (“el fin de la política”) inspirado en parte por el estudio del pensador y filósofo de la historia también británico Hobsbawm, de inspiración claramente marxista tradicional “The forward march of labour halted” ( “La marcha avante del socialismo británico se ha detenido”) perdón por tanta cita pero es honrado mencionar las fuentes, nos dice que muchos en la nueva izquierda han abandonado la idea de considerar a la clase obrera clásica como la fuerza revolucionaria por antonomasia y están centrando su actual ofensiva sobre los nuevos grupos sociales marginados como motor de la revolución: liberación de la mujer, grupos pobres no blancos, minorías étnicas, inmigrantes, homosexuales… Ese viraje en la perspectiva va unido a una pérdida de interés por las cuestiones económicas y la obsesión por generar una nueva “teoría cultural”.
Este nuevo énfasis en la “cuestión social”, en lugar de en los problemas económicos, les permite obviar los evidente fracasos económicos del marxismo y centrarse en una revolución cultural que resulta mucho más atractiva para los actuales radicales de clase media, que son los que hoy en día componen una importante base sociológica de la nueva izquierda. El radicalismo económico evidentemente no solo no resulta atractivo para este grupo sino que les impondría, por coherencia, unos sacrificios financieros esenciales para su credibilidad. El radicalismo político sale gratis, los beneficios los recogen los revolucionarios de esta clase media, ya que los riesgos y los costes de un fracaso los pagan personas que están normalmente muy lejos. Pueden mostrar generosamente su solidaridad con las guerrillas de cualquier país sudamericano o africano, sabiendo que de llegar alguno de estos grupos al poder en sus países respectivos, aunque los lleven al caos, eso a ellos no les va a afectar. Ya el filósofo marxista Georg Luckács afirmaba que el fracaso del comunismo en Occidente se debió a que no se centraron en dominar los medios de producción “mentales“: prensa, radio, editoriales, entretenimiento, educación, control de universidades… Con el fracaso económico estos apóstoles revolucionarios cambiaron de rumbo y se dedicaron a erosionar las bases de la cultura occidental, pero eso no se materializó hasta los años 60: Marcuse, Sartre, Adorno… exponentes de la nueva izquierda, que desembocan en un sinfín mayos del 68, de distinta intensidad en diversas partes del mundo. De aquellas aguas estos lodos…
No es de sorprender que la universidad española, y bastantes más por el mundo adelante, hayan sido la cuna de movimientos anarco-comunistas, que de nuevo han atraído a unas generaciones de jóvenes ilusionados con un “mundo distinto y mejor”. El problema no es como sería el mundo deseado sino como se alcanza. Hoy estamos viendo a muchos de estos líderes “flautistas de Hamelin” encaramados a las espaldas de esta ingenuidad colectiva para alcanzar el poder. Consiguen su propósito tanto por su dedicación al tema como por la apatía general de una sociedad ideológicamente auto declarada neutral, inmersa en un remolino de lo que el profesor Bueno designaría como “panfilismo” (“buenísmo”) o falso “irenísmo”, (paz y concordia porque todo es relativo). Qué nadie se sorprenda si no le suenan estas palabras, eso indicaría que la actitud psicológica que designan no es nada nuevo a lo largo de la historia y sin embrago hoy no se reconocen porque se las arrumba en un ejercicio de nueva “revolución cultural”.
Lo preocupante es que si esas técnicas, pacientes y elaboradas, sirven para llegar al poder, y es verdad que sirven, ¡recuérdense sin ir más lejos, las manifestaciones casi litúrgicas de los grandes déspotas del siglo XX, gracias a su control de los medios y la educación! no se busque algún modo, disponiendo todavía de todo el poder (¿o es que ya no estamos a tiempo?) para neutralizar los efectos nocivos de este letal desafío a las libertades.