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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los oráculos y el ruido

16 de diciembre de 2013

Vaticano procede del vocablo latino para “vaticinio”, pues ocupaba el lugar el oráculo de un dios precristiano, como, por otra parte, sucede con casi cada santuario de solera, de cualquier religión, existente en el ancho mundo. Nadie ignora –o no debería– que la catedral de Sevilla fue antes mezquita y, antes aún, templo romano… De este dato referente a la Sede de Pedro me he enterado gracias a un libro del periodista Corrado Augias: Los secretos del Vaticano (Crítica), un repaso a la historia de un enclave cuyo carácter de Centro del Mundo –junto con Jerusalén, Tebas, La Meca, Benarés o Lhasa– resaltara René Guénon. Buen trabajo. Lo salvaría aunque sólo fuese por su consagración de un capítulo al secuestro de Emanuela Orlandi, uno de mis misterios sin resolver favoritos. Admito mi perplejidad por el desinterés del mundo editorial español por ese filón. ¿Por qué nadie ha publicado aquí, por ejemplo, el libro consagrado por Pino Nicotri al espeluznante caso de la desaparición de la hija del ujier de Juan Pablo II?
 
Augias oficia como cicerone en un recorrido que nos introduce en el mundo de la Guardia Suiza, la historia de la Capilla Sixtina, la Orden del Temple, la Banca Vaticana y sus esqueletos en el armario… Otra cosa que me ha sido descubierta por el libro: Juan Pablo II yace al lado de la Reina Cristina de Suecia. ¡Quién se lo iba a decir a Greta Garbo!
 La Puerta, revista decana en el estudio y la difusión del hermetismo en España, dedica precisamente su nuevo número a los oráculos, con textos sobre Porfirio, los Oráculos Caldeos o el recurso a los mismos en la tradición hebraica. Es una publicación cuya salida de imprenta aguardo con impaciencia siempre, pues me cuento entre quienes, interesados en las religiones en su calidad de dragomanes de lo maravilloso y pasaportes hacia la inmortalidad, percibimos que éstas parecen haber perdido en alta medida su natural carácter de oráculos, para convertirse en una suerte de agencias de prensa, suministradoras de noticias sobre las más prosaicas cuestiones que a la sociedad aburren, manteniéndola presa de los grilletes de la mundanidad… Así como que faltan Vilanovas, Fiores y Emmerichs. Pero es que, además, está eso del ruido.

En ninguna de las ciudades de España por mí conocidas queda un solo bar, café o cafetería donde tomes asiento a eso de las diez de la mañana y no rujan –conectados a todo volumen– la televisión, la radio o el equipo de música. Por temprano que sea, te ves obligado a leer el periódico, desayunar o escribir inmerso en una atmósfera auditiva propia de karaoke o de bar de bachata a las cuatro de la madrugada. La extensión de ese clima de basurero auditivo, ¿no formará parte de una estrategia encaminada a que los urbanitas escuchemos cada vez menos nuestro oráculo interior, el oráculo del corazón, cuya percepción requiere la bendición del silencio?
 
Hace falta silencio, sí, para leer, por ejemplo, la Correspondencia completa, recién publicada por Obelisco, entre René Guénon y Louis Cattiaux, a la que en la introducción se refiere Pere Sánchez Ferré, con acierto, como “una relación epistolar del mayor interés para los buscadores de Dios”, cruzada entre ambos entre 1947 y 1950, cuando Guénon residía ya en El Cairo e iniciada a raíz de que Cattiaux le pidiera su parecer y un prólogo para su enigmática obra El Mensaje reencontrado (del que hay una cuidada edición en Arola Editors).
 Pero, con este ruido zumbón y omnipresente, lo más habitual es que los seres humanos –pues lo conlleva la polución auditiva– perdamos el tiempo con bobadas. El otro día, para expresar su insatisfacción con las políticas de Putin y tras despojarse de toda su ropa, un caballero ha procedido a clavar su escroto a un adoquín en la explanada del Kremlin.

Muy bonito y artístico –o eso dice él– como señal de protesta, mas sospecho que a Putin, lo mismo que a todo el mundo, le ha importado un huevo. Hay gente que se pellizca un cataplín, y ya va por la vida de oráculo. Tanto este ruso de a pie como su presidente deberían suscribirse a La Puerta y todo –seguro– iría pero que muchísimo mejor en Rusia.
 
Para ejercer de oráculo, no hace falta hacerse daño en un testículo. Mismamente el otro día, con toda la natural inteligencia del mundo y esa soltura tan sevillana, me decía a propósito de la crisis Rafaelito Loreto:
 –El temporal pasará, y quedaremos las personas. Como siempre.
 Y es que, en estos días de silencio de los verdaderos oráculos –los sagrados– profetizar con sentido común es muy fácil siempre que se tenga la cabeza sobre los hombros y el oído presto a los decires del corazón. Lo otro, es hacerse daño para nada… Y en sitios muy delicados.

*Joaquín Albaicín es escritor

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