No está probado, pero es muy probable que cada vez que Mariano Rajoy y Felipe González tienen sarao fallezcan unos cuantos pajaritos en Salamanca. Ellos se lo pasan muy bien, se ríen, critican, se reivindican y hacen chistes con las mentiras que nos colocaron. El último presidente del Gobierno pepero presumía en una de estas reuniones de nostálgicos del bipartidismo de la abismal subida de impuestos que Montoro aplicó a los españoles. El antipático ministro de voz chillona lo hizo como lo hacen los malos picadores que te destrozan el toro para una buena lidia. Sin habilidad, sin inteligencia, sin respeto y sin visión de un futuro que fuera más allá de la suerte de varas que él protagonizaba. Don Cristóbal, el hombre de la siniestra —en sentido literal— sonrisa nos desangró, nos quitó la fuerza y nos dejó inútiles para cualquier reacción.
Lo importante es la economía, nos dijeron. Así que, después de haber sacado a la calle durante la legislatura anterior a millones de españoles para protestar contra el zapaterado —aborto, terrorismo, educación…—, ignoraron todas las leyes ideológicas que el infame ZP había perpetrado y se centraron en una economía que ni siquiera reformó los pilares mal colocados de la casa. Tuvieron una mayoría absoluta para lucirse, para enderezar todo lo que Zapatero había destrozado, pero prefirieron una faena de aliño. Ahora mismo la mayor preocupación de don Mariano es el puñetero tapón de la botella de plástico que te deja «hecho un circo». Risas y aplausos del público.
Qué decir de Felipe González, el ídolo de Feijoo y de tantos miembros del Partido Popular. El PSOE bueno. Esto siempre me recuerda a Jardiel Poncela: «Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?”. Y digo yo: pero… ¿hubo alguna vez un PSOE bueno? Esto lo dejo para otro artículo, si me permiten.
En uno de sus bolos recientes, González declaró que dedicará el tiempo que le queda —música de tensión— para que la monarquía republicana que vivimos no se convierta en la republiqueta que nos quieren traer. Estos últimos veinte años de parto de los montes en los que se han sentado por la acción de ZP y la omisión de Rajoy las bases necesarias para la destrucción moral, política, económica y estructural de España, González los ha dedicado a vivir plácidamente, a tomar el sol desde el yate todo lo que el cuerpo le ha permitido y a votar al PSOE. Ahora ya nos va a rescatar de estos males que padecemos. Gracias, padrecito González.
Rajoy, González, Aznar: ni una pizca de remordimiento ni un atisbo de autocrítica. No hay una mínima asunción de responsabilidades por todos los errores cometidos por el bipartidismo. Sólo soberbia. Reclaman los grandes consensos, pero se olvidan de que los partidos que representan prefirieron tirar de pactos con los nacionalismos secesionistas —siempre lo fueron— ignorando las consecuencias evidentes de esos acuerdos a cambio de conseguir cuatro míseros años de poder. ¿Por qué no consensuaron jamás dejar fuera a los partidos hispanófobos para construir una nación fuerte? Ese consenso —pronúnciese de forma solemne— nunca les interesó. Eso hubiera sido tener sentido de Estado y, sin la menor duda lo digo, ahora no estaríamos así.
Hoy, lo que se ha hecho viral es la anécdota del tapón de la botella de Rajoy. Vivan los medios de masas. Que lo importante no nos aleje de lo chusco.
En la novela de Shelley, el doctor Frankenstein —creador del monstruo— pretende hacer un bien para la humanidad con su criatura, pero todo sale al revés hasta llegar al mayor de los dramas —léanlo que no se lo voy a contar entero—. Cuando es consciente del mal que se ha hecho a sí mismo y al mundo, asume su responsabilidad y busca al monstruo de forma desesperada. Finalmente, Víctor Frankenstein muere sin resolverlo y su criatura también lo hace experimentando arrepentimiento por sus actos. El creador y la criatura tienen conciencia del bien y del mal, son seres responsables y, como tales, sufren por el daño causado.
En nuestro caso, el del llamado gobierno Frankenstein, nadie asume nada, ni los que nos llevaron a este estado de corrupción material e ideológica que nos avoca al suicidio ni el propio monstruo —Sánchez— obsesionado por el poder hasta la locura. Lo veremos. Y además se permiten regañarnos y reírse de los que optamos por otros partidos.