El Reino de España pertenece a una ringlera de organismos internacionales, muchos de los cuales se asocian a la estructura de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) o de la Unión Europea. Mala cosa es cuando hay que apelar tanto a las palabras emparentadas con “unión”. Se dice que “la unión hace la fuerza”, pero, tal arborescencia de organismos internacionales revela, más bien, un desconcierto. Nadie tiene en cuenta lo que nos cuesta a los españoles (y a otros nacionales) esas múltiples alianzas. Se supone que los beneficios van a superar a los costes, pero, la conclusión es indemostrable. Solo ganan las ciudades, donde tienen instaladas las sedes de tales organismos: Nueva York, Ginebra, París, Roma, etc. No se trata de que la “internacionalización” afecte, negativamente, a España de modo particular. Es un derroche general. (Ahora, hay que decir “global”).
La verdad es que la innovación de la soberanía nacional de los Estados ha sido una de las conquistas más positivas de la historia. Cualquier forma de pertenencia a organismos internacionales debería respetar al máximo esa idea de la soberanía nacional, en nuestro caso, la del Reino de España. La gran paradoja, para nosotros, los españoles, es que hay muchos nacionales, en España, que no se sienten españoles. Pero esa es otra historia.
La limitación actual de la soberanía de los Estados lleva a una especie de “globalismo” ideológico, que no se sabe muy bien de dónde procede y cómo se alimenta. Se sospecha que beneficia a unos pocos grupos de influencia. Por ejemplo, en todo el mundo se impone la “ideología de género”, dado que los organismos internacionales la favorecen. Tal circunstancia lleva a que, en algunos países, se generalice la presión para que el sexo de las personas se determine por un acto de voluntad del sujeto en cuestión. Por ese camino llegamos a la aberración de que se desdibuje la institución familiar y se precipite la caída de la natalidad. Se podría llegar hasta un extremo que recuerda las circunstancias bélicas más graves. En España, hemos llegado a la tasa mínima de natalidad de todos los tiempos.
Todo hace suponer que en la OMS se destaca la influencia desproporcionada de la República Popular China
La inercia de los organismos internacionales es tal que supera la razón por la que se crearon. Por ejemplo, la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico) fue una entidad supranacional para controlar los fondos del Plan Marshall, como consecuencia de la II Guerra Mundial. El fin fundacional se cumplió con creces, pero, la OCDE sigue tan campante, colectando cuotas de los muchos países miembros. Algo parecido podríamos decir de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y de tantos otros organismos con siglas rimbombantes. Suelen disponer de imponentes sedes y de un ejército de funcionarios con privilegios diplomáticos. En la OTAN se incluye Turquía, que está muy lejos del Atlántico Norte. Sería mejor decir PAMUSA: Países Asociados Militarmente con los Estados Unidos.
Después del sufrimiento general de la pandemia del virus chino (ahora, reforzado con variantes de otros países), se ha visto la inutilidad de la poderosa OMS (Organización Mundial de la Salud; aunque mejor sería traducir como “de la Sanidad”). Todo hace suponer que en ella se destaca la influencia desproporcionada de la República Popular China, uno de los pocos países con derecho de veto en la ONU. La prueba es que la OMS no ha logrado investigar el origen del virus, que llaman “coronavirus”, una horrorosa etiqueta.
Particular interés tiene para los españoles, la pertenencia del Reino de España a la Unión Europea. El título empieza a ser desproporcionado, pues hay varios importantes Estados europeos (Reino Unido, Suiza, Rusia) que no son miembros de la UE. Aquí, también, se podría hablar de una burocracia elefantiásica, si tenemos en cuenta los magros resultados obtenidos. Ni siquiera se ha conseguido que los Estados miembros compartan una sola embajada de la UE ante otros Estados no comunitarios. Es evidente el abuso del gentilicio “comunitario”, aplicado a los miembros de la UE.