«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Los valores republicanos y la victoria de Marine Le Pen

2 de julio de 2024

Nunca habían votado tantos franceses en una primera vuelta de las elecciones legislativas. Nunca había cosechado unos resultados tan espectaculares el partido de los Le Pen, ni con el padre ni con la hija. La mayoría obtenida por lo que hoy se llama Rassemblement National posee, pues, una indiscutible legitimidad democrática. Otra cosa es lo que vaya a pasar en la segunda vuelta el próximo domingo, pero, de momento, la única conclusión razonable es que una clara mayoría de los franceses se ha pronunciado por una rectificación a fondo de la deriva suicida de la República. Es este carácter inequívocamente democrático de la victoria del RN lo que hace tan patéticos los lamentos de quienes llaman a «salvar la República frente a la extrema derecha»: son precisamente ellos, los patéticos, los que vienen hundiéndola desde hace años.

El eslogan distribuido por las fuerzas políticas derrotadas en esta primera vuelta es claro: una victoria del RN pondría en peligro los «valores republicanos». Con los dichosos valores pasa como con la Arlesiana de Daudet: todo el mundo habla de ella todo el tiempo, pero la chica no aparece nunca. ¿Qué son los «valores republicanos»? Desde hace tiempo, un contenedor vacío que el poder usa para esgrimirlo como una suerte de tótem mistérico, cuya mera invocación basta para suspender el aliento de los hombres. Teóricamente, los «valores» en cuestión son los expresados por la tríada revolucionaria: «Libertad, igualdad, fraternidad». En realidad, era una secularización, es decir, una adaptación laica de valores teológicos cristianos: el libre albedrío, la igualdad de las almas ante Dios, el amor al prójimo. Ya se sabe que todos los grandes conceptos políticos de la modernidad son conceptos cristianos secularizados. El hecho es que en torno a esos «valores republicanos», por inaprensibles que con tanta frecuencia resultaran, se construyó un orden que terminaría tiñendo la política moderna en todo Occidente y, en el caso concreto de Francia, se convertiría en una suerte de religión laica (sobre todo, muy laica).

La cuestión, naturalmente, es si la libertad, la igualdad y la fraternidad son verdad o son mentira. Cierto que son metas inalcanzables, pero, al menos, podrían servir como guía para orientar las políticas «republicanas»; así se consideraba aún en tiempos de Sarkozy y Jospin, aunque fuera de boquilla. Ahora bien, la realidad francesa, desde hace muchos años, está en los antípodas de todo eso: no puede hablarse de libertad cuando hay zonas enteras del país donde no rige la ley común y, para colmo, no puedes denunciarlo; no puede hablarse de igualdad cuando la singularidad étnica se convierte en fuente de privilegios sociales; no puede hablarse de fraternidad cuando hay segmentos enteros de la población que deliberadamente viven en conflicto con la sociedad que los acoge. Todo eso lo han hecho las elites políticas, sociales y mediáticas que han gobernado Francia durante el último cuarto de siglo. Si de verdad se quiere proteger los «valores republicanos», lo que habría que hacer es echar a esa casta. Y eso es lo que piensa más de una tercera parte de los votantes franceses.  

Hoy los dichosos «valores republicanos» son otros. Los «valores» que a todas horas llenan la boca de los mandarines del desorden establecido, en los ministerios o en los medios de comunicación, se llaman «diversidad», «inclusión» y «tolerancia». Que en abstracto son palabras bellas, pero que, en determinados contextos, pueden convertirse en armas letales para cualquier comunidad política. Si la diversidad consiste en aceptar que haya quien no quiere someterse a la ley común, eso es letal. Si la inclusión consiste en meter con calzador en una sociedad a poblaciones que no desean «incluirse», eso es letal. Si la tolerancia consiste en que no puedes poner en cuestión el fracaso de esa «diversidad» y de esa «inclusión», eso también es letal. Al final, los valores republicanos nuevos —diversidad, inclusión, tolerancia— son el peor veneno para los valores republicanos viejos: libertad, igualdad, fraternidad.

La victoria de Marine Le Pen puede leerse como la consecuencia del hartazgo de millones de ciudadanos ante la degeneración de los «valores republicanos», de esa religión laica que desde hace tanto tiempo ha venido convenciendo a los franceses de su superioridad como nación. No porque el votante medio francés haya reflexionado sobre los valores en cuestión, sino porque millones de ciudadanos han constatado el naufragio de todas las promesas. Hoy Francia es una nación rota, empobrecida, en acelerada decadencia, gobernada por una casta soberbia y cada vez más alejada del francés de a pie, cualidades que nadie expresa mejor que Macron. Es posible que, el próximo domingo, los llamamientos de la casta convenzan a muchos de que el peligro es Le Pen. No los juegos de Macron con la guerra nuclear, no las propuestas de la ultraizquierda para desarmar a la policía, no el programa fiscal venezolano de Melenchon, no: Le Pen. Pero también es posible que, esta vez, la gente dé la espalda al tótem que el poder esgrime para conjurar toda disidencia. Y si eso pasa, el paisaje va a ser fascinante.

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