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La Gaceta de la Iberosfera
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Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

Los woke contra el Rey Juan Carlos

29 de mayo de 2022

Un hombre libre viene a un país también libre, pero cuyo Gobierno organiza contra él una cacería que pasará a la historia de la ignominia. Me refiero, obviamente, al regreso -me niego a llamarlo visita- del Rey Juan Carlos a España.

Estamos hablando de alguien que representa una parte importantísima de la historia de nuestro país y que ha sido crucial en los últimos casi cincuenta años, alguien que logró una Transición modélica y fue el principal garante y promotor de nuestra prosperidad actual. Con Juan Carlos I -y en parte gracias a él- logramos superar las nefastas divisiones entre españoles, enterrar el pesimismo heredado de la generación del 98 e insertarnos en Europa e Iberoamérica como motores económicos activos en lugar de como inmigrantes o receptores pasivos de ayudas, que es en lo que nos habíamos convertido en los últimos tiempos. 

Un rey que, pese a los consejos de los muy próximos, decidió renunciar a los poderes heredados de Franco y construir una monarquía europea no una a medio camino entre la monarquía británica y la marroquí. 

Muchos gobernantes internacionales decían que España y Portugal no tendrían remedio después de sus dictaduras, pero el Rey confiaba en el enorme talento y energía de nuestro pueblo

Todo lo dicho anteriormente lo hizo desde el más profundo patriotismo y amor a España y a los españoles. Era de los pocos, allá por el año 1975, que pensaba que España no era “diferente” por lo malo. Muchos gobernantes internacionales decían que España y Portugal no tendrían remedio después de sus dictaduras, pero el Rey confiaba en el enorme talento y energía de nuestro pueblo. Sabía que las divisiones regionales e ideológicas entre izquierda y derecha y entre republicanos y monárquicos eran una construcción inevitable -pero muy superficial- de la política. Hoy en día nos vuelven a hablar de una España republicana y plurinacional que tiene tan poco fundamento como entonces.

Algún autor ha definido a los españoles como el pueblo más generoso del mundo, pero también como el más envidioso. Pero poco hay que envidiar al Juan Carlos de hoy: un venerable anciano con una movilidad muy reducida que busca, como todas las personas de su edad, la compañía de sus familiares y amigos. Ni siquiera pretende reconocimiento, pues sabe que la gloria llegará cuando, a su muerte, su magnífico reinado sea reconocido por los historiadores. Hoy, de forma muy grosera e infantil, le piden explicaciones por sus errores -que ya ha dado e incluso ha pedido perdón- y sólo queda su paso a la historia, que sin duda será monumental.

Pero vivimos unos tiempos lamentables donde impera la ideología woke. Una ideología que lo examina todo, empezando por la historia, desde la más miope perspectiva actual. Una perspectiva desde el género, la raza, la ideología “trans” o animalista o cualquier otra peculiaridad que proceda de una minoría y que esté bien vista por la izquierda. Porque, al final, de lo que se trata es de valorar a los personajes de nuestra historia por su trayectoria de izquierdas. Eso y nada más es el “wokismo” derribando estatuas.

Ni el presidente ni ninguno de sus ministros pueden pasearse por la calle sin que los abronquen, mientras que a nuestro Rey lo acompaña por dónde va el cariño popular

Una ideología importada y con un éxito muy relativo. Para entender las razones de este éxito tan superficial hay que referirse a una de sus bases esenciales, la falta de perdón. No existe el perdón en el woke, como muy bien describe Miguel Angel Quintana Paz. Al personaje histórico no se le perdona su racismo, machismo, homofobia, falta de feminismo, su trato a los animales (especialmente si era cazador) o simplemente no ser de izquierdas con tal de derribarlo. No hay una valoración del conjunto de los defectos y cualidades del personaje, ni por supuesto, como se ha hecho con Juan Carlos o incluso con el gran Winston Churchill, de sus logros. No hay perdón para, utilizando una palabra española que se usa mucho en inglés y de forma literal, sus pecadillos. Y es que para la moral protestante el pecado no tiene remisión en la tierra. No hay pecadillos que se sanen al confesarse, no existe una cultura del arrepentimiento y el perdón. No hay salvación para el pecador. Y esta característica del protestantismo se aplica al movimiento woke creando un nuevo puritanismo -ahora de izquierdas- que tiene muy poco asentamiento en nuestra cultura y forma de pensar.

Este Gobierno tan cortoplacista ha cometido un grave error, pues muy mal hay que conocer al pueblo español para ensañarse con don Juan Carlos. Las consecuencias y el descrédito aún más acelerado del gobierno son evidentes. Ni el presidente ni ninguno de sus ministros pueden pasearse por la calle sin que los abronquen, mientras que a nuestro Rey lo acompaña por dónde va el cariño popular. Y es que Don Juan Carlos, tal y como se propuso, fue verdaderamente el Rey de todos los españoles.

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