A la sombra de la pugna electoral que enfrenta al rancio supremacismo del prófugo Puigdemont y a su imprescindible muleta, el PSC; opacada por el esperpento televisivo, —¿cómo no acordarse de esos versos de Jorge Martínez: «Nuevos cantantes hacen el ridículo, en viejos festivales como Eurovisión»?—, en Valencia saltó la noticia del registro de la Fundación de la Comunidad Valenciana para la Defensa de los Hombres Maltratados. Como era de esperar, Ana Redondo, ministra del ramo, es decir, de Igualdad, puso el grito en el cielo o, por mejor decir, en X: «La violencia de género es estructural y se ejerce contra la mujer por el hecho de serlo. Es un tipo de violencia no equiparable con ningún otra. Nuestra obligación es trabajar para erradicarla, no asumir postulados negacionistas que pisotean los derechos de las mujeres». A pesar de que la palabra escrita no permite a la Redondo exhibir los desahogos vocingleros que la colocan al nivel de su antecesora, su mensaje mantiene el tono dogmático de los heraldos del wokismo, es decir, de la ideología emanada por las universidades norteamericanas.
Tratar de hacer entender a estos talmudistas la falsedad de afirmaciones como que la violencia que llaman «de género» no se ejerce contra las mujeres «por el hecho de serlo», sino por factores —celos, infidelidades, adicciones, custodias, convenios…— mucho más complejos, es machacar en hierro frío. Preguntarle a la ministra qué es el género, nos conduciría a un alud de peticiones de principio y de contradicciones probablemente resueltas con una acusación, conectada con el nazismo, de negacionismo. Poco puede hacerse ante una cerrazón que ha conducido al enfrentamiento con el feminismo clásico, hoy aniquilado por un subjetivismo tal, que diluye las fronteras entre el par XX y el XY. Autodeterminación, le llaman. Fin de un debate que la ministra ha tratado, incluso, de bloquear acudiendo a un sedicente argumento leguleyo contrario al derecho de asociación consagrado en la Constitución. Derecho de reunión, sí, pero sólo para las de nuestra igualitaria cuerda, parece pensar la propietaria de una cartera cortada a la medida.
Sin embargo, todavía hay quienes, en contraste con el bloqueo que Abascal produjo en Yolanda Díaz cuando le preguntó qué es una mujer, son capaces de distinguir entre machos (humanos) y hembras. En el caso de algunos de los afincados en Valencia, se han constituido como fundación para defenderse de una violencia tan existente como omitida por los medios alineados con el mensaje gubernamental. La fundación, que, de momento, se ajusta a unos límites autonómicos, llega, sin embargo, más de una década después de que el despacho Patón y Asociados comenzara a defender estos casos no contemplados en una inexistente guerra de sexos que, para la ministra y su entorno, sólo arroja víctimas de uno de sus lados, el de unas féminas que no son capaces de definir. Que hay hombres que maltratan a mujeres, mujeres, en todo caso, con las que mantienen nexos que van más allá de los atributos biológicos, es cosa indiscutible. Que la violencia, pues violencia se dice de muchos modos, también la ejercen algunas mujeres contra ciertos hombres, no exclusivamente por el hecho de serlo, es otra evidencia que unos alaridos ministeriales proferidos en el Congreso de los Diputados pueden ocultar.
En estos adanistas tiempos, en los que se intenta encajar dentro de los estrechos márgenes establecidos por el discurso dominante a mujeres que, en ningún caso, reconocerían como iguales a hombres que han transicionado, y dado que la nueva fundación competirá con otras por la recepción de subvenciones públicas, la copla ahorra más explicaciones: Maldito parné.