«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Macron y las pensiones

1 de abril de 2023

Los cachorros de Klaus Schwab, como Jacinda Ardern o Emmanuel Macron, tienen una concepción emprendedora de la política. La Administración sería una especie de startup que sirve a una idea de negocio sugerida por ciertas corporaciones (Foro Económico Mundial, FMI, OMS, OTAN, Unión Europea, etc.). El administrado, es decir, usted y yo, seríamos los pequeños business angels sin derecho a susurrar al oído de un empresario que, en el fondo, se debe a una agenda que nos supera y sobre la que no tenemos el control. En esta idea «startupera» de la cosa pública, típica de nuestros días, el retorno sobre inversión que podemos esperar es nulo.

Lo del gobierno emprendedor estuvo muy de moda en la Francia de 2017. Coincide con los inicios de «La República en Marcha», más que un partido, un traje a la medida para el actual inquilino del Elíseo. Éste, para referirse a su proyecto, no utiliza el término «programa», sino el de «revolución». Fue presentado en el año 2018 en Davos como el «símbolo de la política que necesitamos para guiarnos a un mundo nuevo». Sin la idea de ruptura con el Estado social nacido del CNR (Consejo Nacional de la Resistencia), germen de la V República, no puede entenderse lo que representa Emmanuel Macron y, por ende, la reforma del sistema de pensiones que está teniendo lugar en Francia.

El consenso ni está ni se le espera. Un «político-emprendedor» actúa, ejecuta, porque tiene que ir superando los hitos, las milestones, para cumplir con el retroplanning impuesto por los accionistas más visibles. De ahí que recurra al rodillo legislativo previsto en el artículo 49.3 de la Constitución francesa. El texto legal que modifica la edad a la que pueden jubilarse nuestros vecinos no se discute, se impone.

Sin embargo, dicha imposición tiene sus riesgos, ya que el Gobierno compromete su propia existencia. Permite a la oposición presentar una moción de censura. Y no a una, sino a dos mociones tuvo que enfrentarse la Primera Ministra, Élisabeth Borne, el pasado 20 de marzo. Ganó ambas, aunque una de ellas milagrosamente: esquivada por nueve votos en contra. La pírrica victoria parlamentaria fue celebrada indecorosamente por los diputados de LREM, algo que exasperó los ánimos de aquellos que se habían opuesto al proyecto legal de Macron. La intervención presidencial posterior, «rozando el desprecio sarcástico» (Stéphane Buffetaut, Boulevard Voltaire), es la enésima muestra de ese «jupiterismo» que adorna la política del residente en el palacio del Elíseo. 

¿Es necesario un proyecto de reforma de las pensiones en Francia? Sí. Pero no éste, mal concebido, acogido y dirigido; y no ahora. El «Consejo de Orientación de las Pensiones» (COR), equivalente a nuestro «Pacto de Toledo», no valida hoy la necesidad de una nueva modificación de la Ley basada en el aumento del número de retirados. Si bien el COR ya anuncia en su último informe, emitido en septiembre de 2022, el aumento del déficit sobre el PIB que tendrá lugar en 2050 (0,7%) por causa de la partida presupuestaria dirigida al pago de esta prestación, también indica lo siguiente: «Las conclusiones de este documento no validan aquellos discursos que subrayan una dinámica incontrolada del gasto».

El elemento demográfico «desfavorable» no es algo extraño para la Administración gala, que ya lo previó en otras reformas sobre la materia, concretamente las correspondientes a los años 2010 y 2014. Por tanto, la macronía no ha descubierto nada que no fuera ya sobradamente conocido y, sobre todo, que no se haya tenido en cuenta. Por lo menos, durante un tiempo más que prudencial. 

En otro orden de cosas, nuestros vecinos necesitan cotizar 42 años para disfrutar de una pensión completa, aproximadamente cinco más que un trabajador español. Por tanto, una media de edad de jubilación situada entre los 62 y 63 años, frente a los 64 de nuestro país, no parece poner al currante francés en una situación de privilegio con respecto de sus homólogos europeos. Eso sin tener en cuenta que, por razón de la reforma en curso, acabará jubilándose todavía más tarde. 

Todo lo anterior, y algo más, es lo que se calló Macron durante esa alocución televisiva que tantos corazones liberalios (y asimilados) licuó. Las loas sobre el estadista que hablaba para «adultos» no se adaptan a la realidad de un personaje cuya descripción más precisa fue acuñada por el jesuita, economista y director de investigación en el CNRS, Gaël Giraud: «Emmanuel Macron, en cierta manera, es un sicario (…). Es como los niños-soldado del Congo. Es decir, los niños capaces de todo…».

Dichas palabras salieron muy caras al religioso, pero la trayectoria política del «Mozart de las finanzas» no las desmienten. La venta de empresas estratégicas públicas no deficitarias a potencias extranjeras, las reformas dirigidas a acabar con lo que queda del Estado nacido en 1945, la sumisión perruna a sus amos supranacionales, el desprestigio de Francia en el exterior y el caos social, muestran a las claras que el proyecto de Emmanuel Macron no es el de sus conciudadanos. Estos votaron por él para evitar la amenaza lepenista. Con su pan se lo coman. 

.
Fondo newsletter