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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
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Madrid, entre besos y barbarie

3 de agosto de 2024

Estos días de verano más propicios al buen olvido, al cálido amor, al fuego —del bueno— y al agua, a ratos me parece que ya no son como los de antes. Yo, que soy propensa a culpabilizarme un poco de todo, tiendo a pensar que no son los tiempos, que soy yo. Pero no. Esta vez, no. Siempre han sido los tiempos. No, tampoco. Siempre han sido los tiempos protagonizados por la fuerza de los mismos: aquellos que ahora hablan de amor, de paz y de convivencia mientras no nos dejan vivir ni el amor ni la paz ni la convivencia. Siempre han sido ellos.

Con mi alma de verano y el espíritu más consciente, paseo por Madrid y me doy el lujo de apreciar con tranquilidad sus grandiosas hechuras. Me gusta recrearme en las fachadas, imaginar qué piso me quedaría de ese maravilloso edificio de Velázquez que tengo delante enfrente de El Retiro. Y me doy cuenta de que me encanta mi Madrí —no Madriz— no sólo por su belleza, sino porque está llena de antiguos novietes, de ligues, incluso de lo que creí que eran grandes amores, de llantos desconsolados por los posteriores desamores, de amigas, de risas, de noches divertidamente absurdas, de días plácidos y de muchísimos días trabajados y ganados a las dificultades. Se lo oí a Gloria Fuertes en una entrevista: «la vida es bella, la cabrona». 

Camino sin prisa, veo tiendas con la calma y la paz que eso exige, y que los hombres jamás entenderán, hasta que cruzo Hermosilla con Alcalá. Entonces recuerdo con total nitidez la mañana de hace unos treinta años en que un general fue asesinado allí mismo por ETA —la que ahora está en el Congreso impartiendo clases de democracia— a la salida de su casa cuando se dirigía al coche que le esperaba. Hay una placa en el cruce que lo recuerda sin que nadie se fije en ella. A mí no me hace falta el recordatorio, lo tengo grabado en mi memoria. Me acuerdo incluso de las palabras de su viuda en el programa de Luis del Olmo: «…vestía de paisano para no provocar…». Para no provocar. No siempre el pasado fue mejor. O de aquellos polvos estos lodos. 

Como este atentado que ahora llamarían «incidente», vienen a mi cabeza muchos otros mientras atravieso calles en mis amables y calurosos paseos por la capital. Príncipe de Vergara —para mi madre General Mola— llegando a República Dominicana, me río sola pensando en el primer beso del que tiempo después sería mi marido. Creo que se lo di yo. Recorro la plaza con la mirada con una sonrisa boba y veo el lugar donde años antes de ese beso que cambiaría mi vida explotaba un autobús lleno de guardias civiles. Cuando digo «guardias civiles» me refiero a seres humanos, que también hay que recalcar este detalle. Imaginen lo que es una explosión de todo un autobús. La masacre. Me tengo que pellizcar. Esa matanza ocurrió aquí, en el mismo sitio, en la misma acera donde yo fui la mujer, o más bien la cría, más feliz del mundo y donde hoy he quedado para disfrutar de unas cervezas y otra noche dulce. Sí, eso sucedió y fue aquí, por más que ahora nos quieran imponer el olvido. De esa brutal carnicería todavía quedan viudas, huérfanos y vidas destrozadas. Y así tantos otros: Joaquín Costa, la Cruz Verde, Puente de Vallecas… 

Entre besos y barbarie, en esa época salían muy campanudos los políticos a decir que la democracia vencería y que los responsables se pudrirían en las cárceles. Algunos nos aferrábamos a esa esperanza, muchos otros pasaban bastante de todo siempre y cuando esto se dirigiera en exclusiva contra las Fuerzas de Seguridad del Estado. Otra cosa fue cuando empezaron con políticos y periodistas. Cuidado, que ahora les podía tocar a ellos y ahí empezó la reacción.

El verano de Madrid, amable, divertido, cómodo, cálido, caluroso, pacífico, tranquilo, me relaja y a la vez aviva estos recuerdos. Porque puedo ver con claridad sus calles vacías sin distinguir demasiado pasado y presente. Y no sé qué me duele más, si los muertos olvidados o el futuro que poco a poco van ganando aquellos que mataban y los que se beneficiaban de ello. Que no fue sólo el nacionalismo vasco

Con un panorama desolador en lo político, no dejo de pensar que se volverán las tornas algún día, y nosotros seguiremos viviendo y disfrutando del olvido del invierno, del amor y quemando en una hoguera de San Juan perpetua todo lo malo. Sobreviviremos a esto. Porque no todos estamos hechos para el mal y la destrucción

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