«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Madrileño en la playa

18 de agosto de 2023

Contrasta la realidad del consumo cervecero, néctar de las terracitas de nuestros barrios, con su publicidad, esos anuncios en los que ha triunfado ya la vida en el límite playero, hedonista comuna de amigos y amor cosmopolita, moderno y juvenil. El «mediterráneamente» hace años que fijó el modelo. Es el Sol, arena y mar, pero no como refugio reparador del trabajo o incluso de la pareja (en la canción de Luis Miguel, el hombre, exhausto, ha de descansar de la «pesadilla» de la novia, auténtica máquina-de-discutir) sino como un destino iniciático. A esas playas no se va a descansar, se va a vivir. A VIVIR. Ya no es la playa de nuestros padres, familiar y atestada. Es otra playa. Calitas, cierta exclusividad, y atardeceres. Lo mediterráneo como nuevo mare nostrum donde encontrar sentido, llevando lo hegemónico a un bautizo elemental de sol y mar.

Entre estos anuncios y la realidad quizás esté el meme, y hemos visto hace poco al madrileño en la playa, convertido en objeto viral de la mofa/ira periférica.

Con los dos pies clavados en el suelo, las manos en las caderas, quietísimo, repeinado y chuleta, esperaba al periodista como un torero a la vaquilla:

-No me gusta esta playa. Mira la mierda que hay, enchúfala con la cámara, que la limpie la Comunidad Valenciana.

Este madrileño en la playa llega al Mediterráneo pero no mediterráneamente. No se integra del todo. Hay algo despótico y urbano en él. Habla Madrid por él: el apogeo del secano. No «rompeolas de las Españas», sino rompesecanos coronado de asfalto. Así que este madrileño no fluye, no se mezcla con el medio. No se adapta. No es, en sí mismo, ecológico. Y habla como si Denia también fuera su país, incluso su barrio, lo que resulta intolerable.

Su estampa es gloriosa (ojalá una foto aquí) porque es lo contrario a la plurinacionalidad. Su pura gestualidad es una declaración política. El madrileño en la playa es a la plurinacionalidad lo que el Negro de Bañolas al progresismo. Es su mentís en bañador.

Para mí su silueta es como el toro de Osborne, ¡sentí lo mismo!

Las dificultades del madrileño en la playa, la existencia de personas que aún muestran ese contraste, que no se plantan allí con el aspecto de surfero-chef, y en las que no penetra el mediterráneamente, encarnan una especie de fricción política, de resistencia. Hay gente que, felizmente, aun no se parece a la de los anuncios de cervezas.

El madrileño en la playa que se hizo viral parecía un Gutiérrez Solana dentro de un Sorolla y es justamente eso lo que no puede ser.

Las fuerzas culturales del Régimen del 78 habrán triunfado por completo cuando sea imposible ese contraste. Cuando, mediterráneamente, el madrileño o el castellano pierdan su rigidez política y mesetaria inscrita en el cuerpo y, difuminada Castilla y convertida Madrid en hub del placer, adopten un modo de ser playero y admisible, menos taurino, menos intransigentemente de secano, que no se queje de la biodiversidad (las algas), y no camine por España como quien pasea el perro por el barrio.

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