'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Mandamientos del buen conservador
Por Itxu Díaz
1 de octubre de 2021

Amemos la belleza, es lo primero. La teoría nos cuenta que lo importante es la verdad, pero suena más frío, y no conozco a nadie que se haya perdido en el camino a la belleza, salvo detrás de unas faldas. 

Leamos libros viejos, muy antiguos. De esos que el moderno desprecia. La literatura contemporánea es el arte de estropear lo que ya se había escrito bien. Lo hacen con auténtica pericia. Dejemos que las letras densas de cuando los autores no podían mecanografiar nos llenen el pecho de buenas razones.

Desconfiemos de todo, menos del corazón de las personas. Quien se guía por el corazón termina a menudo volviéndose un imbécil, pero –déjenme hacerme el actual- lo quiero en mi equipo. Es más fácil desembridar un corazón enmarañado que romper las cadenas de una razón ensoberbecida. 

Bajemos los impuestos, si está en nuestra mano, siempre. Lo demás es robar. 

Recemos, si somos de fe; y si no, para tenerla. El creyente tiene el tesoro que el desesperado anhela. Casi toda amargura, casi toda visión política basada en el rencor, nace de una inexperiencia de Dios.

Riámonos como hippies después de mordisquear setas simpáticas. Riámonos como idiotas, como insensatos, como devoradores de cerveza, como lectores de Chesterton. Riámonos de todo, empezando por nosotros mismos, porque es el único modo de mantener a raya las trampas de la razón.

Creamos en todo aquello en lo que nadie cree. En los cuentos de princesas, en las leyendas viejas de los pueblos olvidados…

No discutamos tonterías. No tratemos de cambiar el mundo cada día. Los que diseñan utopías lo quieren cambiar todo, porque de otro modo nunca se realizaría su quimérico proyecto. Nosotros sabemos que la masa no existe, sino en la suma de individuos. Y un hombre, éste, tal vez, es todo lo que podemos aspirar a cambiar para mejorar todas las demás cosas. Después de todo, de este mundo nos largaremos solos, con nuestra conciencia como único compañero de viaje.

Entreguémonos a un pesimismo intelectual. No deberíamos levantarnos cada mañana esperando un maná. Aunque tal vez no deberíamos levantarnos todas las mañanas, sobre todo si anoche estuvimos celebrando que todavía estamos vivos. 

Creamos en todo aquello en lo que nadie cree. En los cuentos de princesas, en los duendes que recorren el bosque por las noches, en las leyendas viejas de los pueblos olvidados, en el amor para toda la vida, en la felicidad de ver nacer a un hijo, en las lágrimas que caen por las mejillas ocultas en esas noches de la Semana Santa española.

Vayamos a pocas guerras. Toda batalla desgasta. El mundo siempre nos será hostil. O, como diría Séneca, no nos consumamos en gilipolleces.

Sin ánimo de desmentir lo anterior, luchemos con todo nuestro ejército contra el mal gusto, contra la falta de higiene, contra los malos modales, y contra la deslealtad. La elegancia es, después de todo, mi programa político preferido. Y bien vale una guerra.

No despreciemos todo aquello que se ha fabricado más allá del 1920. En serio. Hay cintas VHS que no están mal del todo.

Comprémonos coches grandes. No puedes ir por la vida en un automóvil que parece recién robado a Chip y Chop. Tal vez viajes en una nuez y no lo sepas. Y lo del patinete, quiero pensar que no lo dirás en serio. Un coche grande es útil para no recibir tú el golpe cuando las hordas se desesperen por tu paciencia y tu constancia, cosa que pasa treinta o cuarenta veces al siglo.

Tengamos amigos de verdad. Que no caigamos jamás en la estupidez de mirar el carnet de identidad o peor, de afiliación política, antes de dar un abrazo o antes del primer beso. La amistad, si es sana, conduce a la verdad incluso al tipo más idiota. Y ahí fuera hay un montón de idiotas esperando un abrazo.

No hagamos mucho caso a los Mandamientos del buen conservador. En realidad, los conservadores estamos hasta los huevos de que nos digan cómo debemos ser. No caigamos en el mismo error. 

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