«No tengo escrúpulos, estoy motivado a tope. En esencia lo que digo es que la sociedad no puede permitirse el lujo de prescindir de mí».
Patrick Bateman es un psicópata. Claro que, el título de la obra de Bret Easton Ellis, American Psycho (1991), no deja mucho a la imaginación. Su protagonista es un joven yuppie de finales de los 80 que ejerce de banquero de inversión de día y descuartizador de noche. Más o menos. Centrado en el dinero, la música, la moda y su cuerpo, las personas son para él pura mercancía.
Sin embargo, ni todos los héroes llevan capa ni a todos los psicópatas les va la charcutería, fina o de despiece. En la sociedad —y no entre rejas— podemos encontrar al 11% de la población con alguno de los trastornos catalogados como de clúster B o tríada oscura. A saber: psicopatía, narcisismo y maquiavelismo o trastorno antisocial.
Todos los psicópatas son narcisistas aunque no al revés. Quien posee esta condición —nótese que no digo «padece», porque lo sufrimos el resto— está perfectamente alineado con su forma de ser y de actuar. No ve nada anormal en su comportamiento y cualquier fechoría que perpetre se encuentra plenamente justificada en su código interno. Sin embargo, la destrucción moral y espiritual que causan es de proporciones épicas. Usted, con toda seguridad conoce, al menos, a uno. Es importante que detecte a su conocido para actuar en consecuencia.
Un rasgo característico es la falta de empatía. Podría ser, por ejemplo, que su jefe, novio o conocido hubiera llevado a una crisis económica, social y energética a un país. Poco le importaría si con eso consigue subsidiarlo y aumentar su poder.
Tampoco el fraude sería un problema para su conocido. Podría ocurrir que negara cualquier acusación de plagio en su trayectoria académica, aun cuando ésta haya quedado demostrada. En ningún caso lo considerará deshonesto, sino algo que ha tenido que hacer para alcanzar un bien superior. La siguiente travesura podría ser, por ejemplo, un intento de pucherazo en el Comité Federal del partido, en caso de que su conocido ostentara la Secretaría General.
Imagine que, en una tarde de camaradería, le hubiese confiado sus inquietudes. Imagine que le hubiese confesado que jamás aceptaría un gobierno de coalición con un partido liberticida por considerarlo inviable. Sepa usted que, de traspasar esa línea roja, ahora dormiría como un bebé.
Su conocido utilizará múltiples técnicas de manipulación. Si, es un suponer, ante una audiencia considerable, hubiera negado que el confinamiento existiera, después podría acusar a otro grupo político de negar que el confinamiento existiera. El susodicho estaría poniendo en práctica la «luz de gas», que consiste en hacer dudar al interlocutor de algo que ocurrió. Poco importaría que sus declaraciones negacionistas estuvieran grabadas.
¿El psicópata que le viene a la mente está encantado de haberse conocido? ¿Cree que posee un irresistible encanto superficial? Probablemente dedique gran cantidad de recursos a su persona. Fotos escogidas de sus manos, planos estudiados y simulación de integración entre los mandatarios de potencias mundiales. Quizá haya tratado en varias ocasiones de ocupar el lugar protocolario del monarca de una península mediterránea con forma de piel de toro.
La traición es la especialidad de psicópatas y narcisistas. Su conocido podría haber repetido hasta la saciedad que no iba a pactar con independentistas abertzales. Podría haberle confirmado que no iba a permitir que la gobernabilidad del país residiera en separatistas. Su conocido podría haber expresado en sede parlamentaria su intención de incorporar al Código Penal un delito que prohibiría la celebración de referéndums ilegales. Habría mentido.
A estas alturas, usted ya imaginará que la falta de escrúpulos o de cualquier norma moral es la seña de identidad de su conocido. Debe saber que nada le detendrá en su afán de sembrar el caos. La grandiosidad, el ego hiperinflacionado y la necesidad de ejercer control pueden revolver tumbas, desmembrar una nación, crear un pasado ficticio y cocinar en puchero.
No está solo, desde luego. Cuenta con un ejército de monos voladores. Son aquellos que bajo cargo, nómina o influjo, le adoran. Le ponen ojitos, masajean sus encuestas y mastican sus desmanes para que traguemos la papilla.
Quizá, si alguien entrevistara en la radio a su conocido y le relatara la lista de horrores cometida, notaría usted una absoluta falta de titubeo, enrojecimiento facial o transpiración. Esas serían reacciones propias de la activación del miedo. De personas conectadas con emociones inherentes al ser humano, con conciencia moral. Que no son desalmados.