«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Mariano en su panteón

2 de junio de 2015

Obligado por el resacón de las urnas, Rajoy consiguió vencer su natural desprecio por la prensa y comparecer ante los medios. Esa ha sido su única victoria de la semana, porque por lo demás no ha conseguido ganar ni en Santander, que es como si los republicanos perdieran en Utah. 

El presidente intervenía para desactivar el murmullo de descontento que empezaba a escucharse dentro y fuera del partido, en cada sede y en cada editorial de prensa. Consiguió exactamente lo contrario, o sea que salvando las benditas distancias hizo el papel de Ceaucescu en la plaza central de Bucarest, cuando el rumano se dignó a presentarse ante el pueblo para prometerle migajas, propiciando que lo que debía ser una manifestación de apoyo para clausurar la crisis se convirtiera en una bronca monumental que liquidaba su liderazgo. Aquí igual, antes de que Rajoy acabara su intervención ya se escuchaban los abucheos de los barones, incapaces de entender que el presidente mantuviera un discurso inmovilista -el mismo que les ha llevado a la catástrofe- y se multiplicaban los “memes” y las metáforas sobre “El hundimiento”, esa película del búnker de Berlín donde Hitler ordena movimientos a divisiones que ya no existen. El gallego, por supuesto, ni se imagina estos paralelismos con dictadores totalitarios, y se debe ver más como Churchill -que después de ganar la guerra comprobó como los suyos le mandaban al rincón de pensar- porque sigue convencido que el haber evitado el rescate es los más parecido a la batalla de Inglaterra.  De hecho, aunque ya no fume puros, sigue conservando otros célebres hábitos del político inglés. 

Ya dicen que el virus de la soledad que habita la Moncloa le ha contaminado demasiado pronto. Poco más de tres años de gobierno y ya puede contemplar como se le cuestiona casi con crueldad, en un irritante “deja vu” de lo que le sucedió en 2008, después de la segunda derrota contra ZP y antes del congreso de Valencia. A lo mejor ahora se anima a sí mismo -pensando que de aquella tormenta logró salir triunfante- y se ve capaz de repetir la proeza. Se lo van a poner muy difícil. En su partido se multiplican las guerras y los pronunciamientos, en un todos contra todos casi imposible de seguir, con ese tufillo fraticida de ucedé. Feijóo y los suyos cargan contra Mariano acusándole de haber acudido a Aznar en la campaña, algo que consideran un error histórico; a su vez los restos del aznarismo -Herrera y Rudi- no le perdonan la cacería a la que han sido sometidos este tiempo, e incluso se permiten proponer nombres para el recambio; Aguirre está descontrolada, amenazando con refundar el PP “liberal-conservador”, exhibiendo las cifras que le benefician en su duelo al sol con Cifuentes, que la primera perdió “sólo” un 25% de los votos, y la segunda -a pesar de que se presenta como la única triunfadora de la noche- se dejó todo un tercio en las cunetas del domingo. Más realistas, otros barones con resultados parecidos y que estaban llamados a la sucesión natural ya están entonando el ahí os quedáis, que no hay quien os aguante. Soraya a su bola, confiando en que con ayuda de Cebrián logrará convencer los poderosos del Ibex para que la designen heredera del caos, liderando en noviembre un gobierno de estabilidad PP-PSOE -que esa es la apuesta de los poderosos- y culminar así su sueño de Iznogud, el visir que quería ser califa en lugar del califa. Tampoco podía faltar Arenas incordiando, equivocándose y malmetiendo -que es lo suyo- aunque sus puñaladas a Cospedal ni siquiera son necesarias, porque la secretaria general sólo está decidiendo si opta por inmolarse o por esperar al motorista. Vamos, que aquello más que un partido parece un panteón. Ahora, entre las tumbas políticas de sus rivales -todos internos- se pasea Mariano en plan Tenorio, todavía desafiante, sin un ápice de arrepentimiento. Y así no hay manera de salvarse.

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