«Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». Estas palabras, pronunciadas en su día por Franklin Delano Roosevelt en relación al dictador nicaragüense Somoza, ilustran a la perfección un hecho muy común en política internacional: la necesidad de obviar algunos aspectos, en esta caso el déficit democrático del país centroamericano, en clara contradicción con el modelo yanqui, en aras de la consecución de determinados objetivos geoestratégicos. Dentro de esa lógica podrían encuadrarse algunas de las imágenes que ha dejado la reciente visita de Pedro Sánchez a Marruecos.
Entre ellas destaca la del doctor inclinado ante la tumba de Hasan II mientras dejaba sobre ella una corona de flores, antes de guardar un respetuoso silencio frente a los restos mortales de quien fue rey y cabeza religiosa de Marruecos. Un homenaje, en suma, a un gobernante absolutamente incompatible con las exigencias del Gobierno de coalición, siempre dispuesto a exhibir sus inequívocas convicciones demócratas, feministas y laicas. Unas convicciones, en todo caso, matizables, pues en España no todo puede ser consultado a toda la ciudadanía española ni se admite un feminismo no normativo ni la proclamación del laicismo oculta un, en muchas ocasiones, cerril anticlericalismo católico.
Sea como fuere, la gravedad mostrada por Sánchez ante la tumba podría interpretarse como una concesión, una especie de «las buenas relaciones con Marruecos bien valen una ofrenda floral». Incluso, si se buscan justificaciones más elaboradas por el aparato propagandístico que arropa al presidente, se podría aducir que la Marcha Verde, apoyada por la CIA y por Arabia Saudita, se hizo en tiempos de un dictador como Franco, a pesar de que la encabezara un político no precisamente democrático…
Los recursos y los medios subvencionados para justificar la escena son abundantísimos, sin embargo, las cortinas de humo movidas para tratar de desviar la atención sobre las andanzas marroquíes de Sánchez no pueden ocultar el desdén con el que ha sido tratado por Mohamed VI, que no recibió al presidente español durante la cumbre de dos días mantenida por los Gobiernos de España y Marruecos. Esta serie de hechos, que muchos reducen a meros gestos, si bien los gestos son fundamentales en toda relación diplomática, deben conectarse con otros ajenos a las mínimas normas de la cortesía.
El plantón a Sánchez no es una simple descortesía, sino que forma parte de toda una serie de hechos que deberían preocupar a los españoles. Ha de recordarse que Marruecos emplea la inmigración ilegal como un arma arrojadiza con la que trata de avanzar en la consecución una serie de objetivos. Singularmente en lo que se refiere a su intento de absorción de las ciudades autónomas españolas de Ceuta y Melilla, anhelo al que no parece oponerse con la suficiente claridad el partido de Sánchez, tal y como demuestran las declaraciones de la exministra Trujillo, inscrita, al igual que algunos históricos del partido con sede en la calle Ferraz, en la órbita marroquí. Esta estrategia anexionista se ha visto reforzada recientemente gracias al espionaje a algunos ministros españoles y al del propio jefe del gobierno español. Unas circunstancias que han llevado al africanista PSOE, siempre preocupado por su supervivencia, a votar en contra de una resolución europea que exigía la libertad de prensa en Marruecos e incluso a reconocer la necesidad, así lo afirmó el eurodiputado López Aguilar, de tragar unos sapos marroquíes cuya indigestión afectará a todos los españoles.