«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Mascarillas desenmascarantes

27 de diciembre de 2021

No voy a hablar del Covid, aunque parezca mentira. Ni tampoco de las medidas sanitarias de Pedro Sánchez ni de sus manejos constitucionales o no de la crisis. Todo eso lo hemos discutido ya por activa y por pasiva y seguimos y seguiremos discutiéndolo. Me concentraré en el refrescante movimiento social de resistencia a la neo imposición de las mascarillas en exteriores, donde confluyen los antivacunas con los sencillamente escépticos e incluso con muchísimos partidarios de la vacunación. Esa confluencia en un ambiente tan controvertido ya es insólito y tiene interés, pero hay otras facetas aún más curiosas.

Obsérvese cómo muchos de los defensores más acérrimos del positivismo jurídico han puesto pie en pared con la obligación de llevar mascarillas y están anunciando su acérrima desobediencia civil, animando al público general. No les parece una medida correcta ni tomada conforme a razón, prudencia, ciencia o bien común. Por tanto, sin citarlo, proclaman lo mismo que Tomás de Aquino: «La ley injusta no es propiamente ley«.

Como ningún país de nuestro entorno obliga a las mascarillas en el exterior, también están a punto de descubrir a Blaise Pascal. Para demostrar lo absurda que llegaba a ser la ley positiva, el filósofo se preguntaba cómo podía ser que una misma situación fuese legal a un lado del río —o de la frontera— y delictiva al otro. Nuestros neo objetores consideran que Pedro Sánchez no puede obligarnos a lo que no hacen ni Macron, por un lado, ni Marcelo Rebelo de Sousa, por el otro.

Disculparán ustedes que me regodee. Para un iusnaturalista de nacimiento como yo, tan baqueteado por la inflación normativa de nuestro tiempo, esto es un espectáculo reconfortante. También tras la segunda Guerra Mundial hubo que recurrir al Derecho Natural, a las cosas justas en sí, con independencia de lo que dijese la ley estatal, para condenar los crímenes nazis, siempre tan conformes al derecho positivo. Pero aquella restitución a la justicia, al responder a una situación tan inconcebiblemente dramática, no permitía ninguna delectación. Las mascarillas son más bufas.

Aunque más que reírme, me sonrío y comprendo a los que prometen rebelarse porque no entienden la razón de una norma absurda, caprichosa y poco salubre. Solamente espero que ellos también comprendan de una vez a quienes hemos presentado antes nuestras más firmes reservas frente a otras normas más claramente dañinas. Esto es, contra la ley del aborto, frente a la falta de respeto a la objeción de conciencia de los médicos a la eutanasia, a favor del conculcado derecho de los padres a la educación moral de sus hijos y tantos otros casos.

El desprestigio normativo al que han conducido tantas normas arbitrarias e inútiles tenía que llegar de alguna manera más pronto que tarde

Que hayan sido las mascarillas las que hayan levantado una resistencia civil transversal que parece que doblegará la voluntad de Pedro Sánchez —que ya ha empezado a dar marcha atrás— no me indigna ni aún comparándolo con aquellos extremos más sangrantes que tendrían que habernos soliviantado como sociedad sana. Entiendo que las gotas del agua que desbordan el vaso tienen eso. Siempre son pequeñas y hasta un poco ridículas si uno las compara al chorro que fue llenando el recipiente, pero alguna tiene que ser.

También el Motín de Esquilache fue por una prohibición absurda de la capa española, aunque llovía sobre mojado de una política insensible, despótica y fiscalmente recaudatoria

El desprestigio normativo al que han conducido tantas normas arbitrarias e inútiles tenía que llegar de alguna manera más pronto que tarde. Que sea la mascarilla la que desenmascare un uso arbitrario del poder tiene al menos su gracia de juego de palabras paradójico. También el Motín de Esquilache fue por una prohibición absurda de la capa española, aunque llovía sobre mojado de una política insensible, despótica y fiscalmente recaudatoria. ¿No recuerda bastante?

Cuando Jorge Luis Borges se definió políticamente como «un anarquista conservador» no estaba dando una puntada sin hilo. Sabía que en el mundo moderno el verdadero riesgo para el orden estaba en el poder establecido, paradójicamente. Por eso, él contraatacaba con otra paradoja mucho mejor.

En resumen, quienes se niegan a ponerse la mascarilla en el exterior a pesar de que lo dicta el Gobierno están descubriendo a la vez varias cosas muy importantes. La doctrina de la ley natural, según santo Tomás de Aquino, en lo jurídico. Y en lo político, el valor del anarquismo en la defensa y conservación de los viejos principios.

Como Pedro Sánchez —aunque es muchas cosas— no es tonto, en cuanto vea que las mascarillas van a descubrir todos estos valores, meterá corriendo marcha atrás. Esperemos que lo suficientemente tarde como para las ideas vayan calando en el subconsciente colectivo.

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