Hace tiempo que Ana Mato perdió esa sonrisa profidén con la que conquistaba a las nuevas generaciones del partido, cuando el vuelo de su melena rubia –peinada con patrón de colegio de monjas– estaba presente en los sueños de todos los adolescentes seducidos por el aznarismo. Era otro siglo. Ahora muestra un gesto adusto, antipático, revelador en exceso de su frustración por no saber adecuarse a los nuevos tiempos. Pareciera empeñada en transformar esa chica alegre y faldicorta de los noventa en un clon defectuoso de Bibiana Aído, y es un error. Los políticos –que no son estrellas del pop– debieran valorar más su propia madurez, donde suele florecer la verdadera valía del personaje público, en vez de perseguir quimeras de eterna adolescencia. Qué grande Ronald Reagan –en la campaña para la reelección–, cuando se rumoreaba mucho sobre su avanzada edad contraponiéndola con la lozanía del demócrata, hasta que el actor liquidó la polémica en el primer debate televisado: “No voy a abordar el tema de la edad, no voy a explotar la juventud e inexperiencia de mi oponente”.
En la desaparición de la sonrisa de Ana Mato puede que haya influido, también, el estar en la cabeza de un ministerio responsable de unos cien mil abortos al año, o sea que en el tiempo que lleva de ministra ya se ha vaciado un par de veces el Santiago Bernabéu. A Bibiana aquello no le importaba, para ella el aborto es otra casilla de la Pirámide del Amor. Pero para doña Ana no debe ser fácil, entre otras cosas porque calificó la Ley Aído como un esperpento, y ha recorrido unos cuantos kilómetros en marchas provida. Es como si a una monja tornera la sacas del convento y la pones en el guardarropa de un lupanar, pues claro, se le agría el gesto.
En su larga marcha hacia la progresía –que debe pensar que es la fuente de la eterna juventud, o del eterno cargo público– ahora la ministra pide que se censure un libro porque no le gusta el título, que dice “cásate y sé sumisa”. Además de la sonrisa, ha perdido el sentido del humor, que es la clave imprescindible para descifrar el texto. El libro son reflexiones de una periodista italiana –todo un best seller– que trata con mucha gracia el complicado papel de la esposa contemporánea. Los que han buscado contenido fundamentalista, se han llevado un gran chasco. Eso sí, la tesis está en las antípodas del feminismo radical, el que se manifiesta como cromos de Play Boy. Y ese es el único pecado del libro. De hecho, si se llamase: “No te cases y hazte sadomasoquista”, en vez de censura ministerial tendría una docena de subvenciones.