«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.
Madrileña, licenciada en Derecho por la UCM. En la batalla cultural. Española por la gracia de Dios.

Me lo vas a permitir, Martaflich

14 de agosto de 2021

Miles de martaflichs acechan como guardianes de la ortodoxia progre y funcionan con más diligencia y eficacia que la Stasi. Ya sea al frente de un programa de televisión o un estudio de radio –Pablo, no te vayas-, las martaflichs velan día y noche para que nadie a su alrededor se salga del renglón. No son comunicadoras ni periodistas, son comisarias políticas; no informan, adoctrinan; no comentan, pontifican y cada día estrechan un poco más el ojo de la aguja.

En realidad, las martaflichs de la vida no son nada por sí mismas, pero cuentan con el enorme poder que les da ser portavoces de la ideología gubernamental y la abdicación, hasta hace poco, de la oposición en la batalla cultural. Se han acostumbrado a callar al disidente, a echarlo del plató cuando les da la gana y a dictar de qué se puede hablar y de qué no. Y de paso se forran.

Para las martaflichs la mujer está por encima de todas las cosas y contra esto no cabe debate. El mundo no es mundo, es munda. Ellas imponen la vara de medir. Les importa muchísimo que la vicepresidente podemita del Gobierno balear no pueda hacer sola el camino de Santiago con la tranquilidad necesaria, pero para ellas no existen las niñas abusadas en Baleares ni el hombre apuñalado hasta la muerte por su mujer en Barbate. Víctimas de segunda. Algo habrán hecho. Tampoco es objeto de su indignación la niña que cayó en las repugnantes manos del exmarido de Mónica Oltra ni se harán eco de la admirable lucha de Cristina Seguí para que la líder de Compromís dé cuenta ante la justicia de un presunto delito de encubrimiento. Seguí no es mujer para ellas, no es ser de luz, no es digna de su atención.

Las martaflichs personifican la vacuidad, la simplificación y la necedad, pero son monas, mediáticas, tienen tirón, tienen tetas, están buenas, gritan mucho y están tan empoderadas como para mandar callar a un Nart que lleva, desde antes de que nacieran ellas, debatiendo sobre todo y contra todo. El gran pecado del eurodiputado ha sido decir que «todos (hombres y mujeres) tenemos derecho a ir por donde nos dé la gana y como nos dé la gana». Vade retro. ¡El mismo derecho! ¿Estamos locos o qué? “¡No te lo voy a permitir, Nart!”

Ese “¡No te lo voy a permitir, Nart!” encarna el espíritu de estos tiempos. Nart, igual que antes Girauta o De Quinto, ha entrado en estado de muerte civil para los grandes medios. Su funeral se oficia en Twitter.  Las martaflichs de los grandes de medios de comunicación son el nuevo muro de Berlín. Un muro invisible, parapeto de la libertad, el pensamiento, el espíritu crítico, la inteligencia y la discrepancia. Prohibido pensar, mejor ver una televisión en la que lo dan todo envuelto para regalo y fácil de digerir.

Cientos de martaflichs están listas para callarnos en cualquier espacio, que para eso les han colocado en lugares estratégicos, aunque no lo van a conseguir. Al menos no siempre. La libertad de expresión ya no es gratuita, ha pasado a ser de pago, pero estamos dispuestos a pagar el precio, a romper de nuevo el muro. Asumid, martaflichs de España, que al final lo vais a tener que permitir, os pongáis como os pongáis y gritéis como gritéis.

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