Pocas cosas en el mundo resultan tan atractivas como lo sórdido. Leo en el Komsomólskaya Pravda que una diputada de Putin ha aparecido muerta en la parte trasera de su coche mutilada por la explosión de una granada que su marido despechado le obligaba a sujetar mientras la violaba. Ella, que ante todo había tratado de ocultar su affaire extramatrimonial para no dar que hablar.
Ahora las mujeres de los oligarcas rusos se atiborran a palomitas comentando la tragedia. Si hubiera sido amiga mía le habría recomendado: “Que hablen de ti aunque sea mal”. Una lección que Albert Rivera tiene absolutamente interiorizada. El líder de Ciudadanos debería fichar a Monedero como jefe de campaña, jamás se rentabilizó tanto un presunto consumo de cocaína.
En eso los de Podemos son buenísimos, lo importante es acaparar titulares. Lo mismo da si es Carmena la que en un aquelarre con Maruja Torres fomenta la masturbación femenina y consigue que hable de ella hasta Richard Gere en la premiere de su última película, que sea Pablo Iglesias quien evidencie que le encanta «follar» en campaña.
El que se niegue a aceptar esta máxima y se esconda tras informaciones crípticas y enigmáticas no conseguirá por ello que no se murmure. ¿O acaso Rajoy ha impedido que le imaginemos felizmente ataviado con un can can en les Folies Bergère? No.
Como tampoco pudo Ava Gardner evitar que Juan Domingo Perón, convertido en su vecino de la calle Doctor Arce, espiara por la mirilla sus idas, venidas y caídas por el descansillo. Caída y redimida, la Gardner se puso el mundo por montera y en un deje de españolismo cañí espetó parafraseando a Raphael a la pacata España de entonces:
– ¿Qué sabe nadie?
Poca gente sabe apreciar que lo bonito de una copa de champagne es que se derrame todo el rato, que cuando hablan de una y la describen como a una plañidera demacrada por el desamor y a quien en cualquier momento encontrarán suicidada en una ciénaga arropada tan sólo por un largo vestido evanescente como a la Ofelia de John Everett Millais, está una en realidad brindando con Metropol al ritmo de Ochi Chornye.
Basta ya de jugar a ser la bailarina de ballet que en un relevé constante trata de no dar que hablar. Se debe ser más comprensivo y entender que los hombres y mujeres felizmente casados tienen que poder compadecerse de una.
Si bien es cierto que tratar de lavar los trapos sucios en casa es un síntoma de humanidad como otro cualquiera, no menos cierto es que comprar la tirada entera del libro en el que tu exmujer te pone verde no evitará que la obra se convierta en objeto preciado en el mercado negro y que no sólo todos sepamos con pelos y señales lo que Varguitas no contó sino que imaginemos lo que Julia tampoco se atrevió a desvelar.
El cajón de ¡Hola! no ha podido impedir tampoco que observemos con delectación el nidito de amor de la amiga entrañable del Rey emérito con éste en Suiza, que murmuremos sobre las amistades femeninas de la tonadillera, que conozcamos aunque sea de manera póstuma las cartas de amor de una sueca adolescente a JFK. Los iconos deben entender que están condenados a vivir una ruleta rusa de murmuraciones y maledicencias. ¿Y si no hablaran de ellos? No existirían. Ante los chismes nihil obstat pero sic transit gloria mundi.