«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Nuestros mejores ángeles

24 de julio de 2013

Los grandes cambios sociales son silenciosos. No forman parte de los planes de los políticos ni están precedidos de grandes declaraciones. Son procesos que se desarrollan a medida que los ciudadanos van adaptando su comportamiento a una nueva realidad. Uno de los más importantes está ocurriendo ante nosotros, entre nosotros, y sociólogos y estudiosos de toda laya lo constatan y reflexionan sobre el mismo. El crimen es cada vez menor. A mí me interesa esta cuestión desde antiguo, y el semanario británico The Economist le ha prestado su famosa portada. En páginas interiores, dice: “Desde Japón a Estonia, la propiedad y las personas están ahora más seguras que en casi cualquier momento desde los años 70”, en los que se escribió el guión de Harry el sucio.La revista tiene razón al señalar que los temores de la izquierda y la derecha no son más que alucinaciones simplistas y, por qué no decirlo, un poco estúpidas. La desintegración de la familia, que algunos ven con una pasmosa claridad, y la emergencia de una mayor convivencia entre razas no ha resultado en una explosión de violencia. La desigualdad de rentas sigue creciendo, lo hará siempre con la riqueza. Y eso no lleva a lo que predice la estupefaciente visión de la izquierda: un aumento del crimen por parte de los pobres, movidos por la envidia; una envidia que es el canon de la ética de la izquierda moderna, permítanme el pleonasmo.Es verdad que en los 70 y 80 parte del crimen estaba asociado al consumo de sustancias, como el crack, por las que los aficionados recurrían al robo. Hoy la gente paga sus vicios con el sudor de su frente (excepto algunos políticos, que lo hacen con el sudor ajeno).¿Por qué cae el crimen, entonces? Stanley Payne comentaba, en un reciente libro sobre las guerras civiles en el período de entreguerras europeo, que aquel primer tercio del siglo XX, tan belicoso, coincidió con una generación con un número extraordinario de jóvenes. Ahora ocurre algo muy distinto: vivimos más años con los impulsos violentos de la primera plenitud ya superados. También ocurre que dedicamos una parte de nuestra creciente riqueza a protegernos a nosotros y a nuestros bienes. Del mismo modo, destinamos más medios a hacer más difícil, más caro y más inseguro el crimen. En los Estados Unidos lo tienen fácil, porque en la mayoría de los Estados se ha ampliado la libertad de armas, protegida por la segunda enmienda de su constitución, y el número de armas en manos de los ciudadanos es hoy mayor que nunca. De ahí la dramática caída en la criminalidad. Pero los demás, privados de esa libertad, utilizamos la que aún nos permite el Estado.Steven Pinker ha dedicado un libro excelente, The Better Angels of Our Nature, a constatar la caída secular de la violencia. Y, entre los factores que lo explican están el aumento del comercio, la movilidad, la urbanización y la comunicación. Somos, en definitiva, más civilizados.

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