«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.
Periodista, escritor e historiador. Director y presentador de 'El Gato al Agua' de El Toro TV.

Meloni y Sánchez, la estadista y el demagogo

24 de junio de 2025

Italia cumplirá sus compromisos con la OTAN porque la alternativa sería peor. Esta frase de Giorgia Meloni en el parlamento italiano, el lunes, expresa de la forma más elemental y rotunda la esencia del realismo político. En efecto, uno puede pensar que la OTAN ha tomado un camino equivocado, que las exigencias de nuevos desembolsos son demasiado onerosas o que algunos de tus socios son poco de fiar, pero la pregunta que un estadista debe hacerse es: ¿tengo otra opción? Y si la tuviera, ¿sería mejor o peor para mi país? Porque esto último, el interés nacional, es al final la piedra de toque de cualquier política y, en especial, de cualquier política exterior. Para Italia, una política de defensa exclusivamente autónoma representaría un coste inasumible, convertiría al país en presa fácil de cualquier ambición extranjera y le obligaría a ponerse en manos de potencias menos fiables (China, por ejemplo). Por consiguiente, en efecto, la alternativa sería peor.

Es interesante constatar que, en España, estos ejercicios tan elementales de realismo político suelen estar muy mal vistos por la opinión. Aquí optamos casi siempre por lo que podríamos llamar el «bufandismo», es decir, observar el panorama internacional liándose al cuello, bien ostentosa, la bufanda de cualquiera de las fuerzas en juego. Las consideraciones estrictamente políticas quedan proscritas y, en su lugar, aparecen las valoraciones morales, ideológicas o emocionales. Así Israel es el máximo valladar de Occidente frente al islamismo o, alternativamente, un Estado genocida, y los palestinos son una cuadrilla de bandoleros terroristas o, alternativamente, un pueblo injustamente oprimido por el sionismo. En la misma lógica sentimental, Rusia es la última heredera de la tradición cristiana o, alternativamente, la hija maldita del estalinismo que no cesa, y Ucrania es un corrupto país neonazi o, alternativamente, una ejemplar democracia liberal. No hace falta poner más ejemplos. Lo sustantivo es que cualquiera de estas perspectivas, incluso en el caso de que fueran veraces, evitan la pregunta fundamental, a saber, qué es mejor para mi país.

¿Puede ser mejor para mi país apoyar a una dictadura frente a una democracia, por ejemplo? Si alguien contesta que sí, inmediatamente se verá condenado a los infiernos. Y sin embargo, basta repasar la lista de los países donde España (o cualquier otro país occidental) gasta miles de millones de euros al año para constatar que el dinero parece no tener color. La retórica moral en política internacional camufla demasiadas veces un mero ejercicio de hipocresía. Por otro lado, aquí funciona algo que los creadores de opinión, siempre dispuestos a conmover al público, olvidan deliberadamente, y es el clásico dilema del político entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Max Weber lo explicó muy bien. Por decirlo en dos palabras, la ética de la convicción te empuja a actuar conforme a tus principios, pero esto, que es encomiable en un ciudadano particular, puede tener consecuencias muy indeseables en el político, porque aparta la pregunta sobre los efectos concretos, prácticos, de tu decisión en el país que gobiernas. Inversamente, la ética de la responsabilidad te empuja a actuar conforme el interés concreto del pueblo al que gobiernas, incluso si eso te hace actuar contra tus convicciones. Es una servidumbre de la política real que con frecuencia cuesta entender cuando uno ve los toros desde el burladero y, desde luego, no se entiende en absoluto cuando uno hace «bufandismo». Y sin embargo, lo que confiere al político la altura de estadista es esa capacidad para tomar decisiones por encima de las convicciones personales y pensando en el bien común. Lo cual, al fin y al cabo, no deja de ser también una convicción.

¿El Gobierno español se guía por la ética de la responsabilidad o por la ética de la convicción? En realidad, no parece guiarse por ética alguna. Cuando uno escucha a los políticos españoles (y no sólo del PSOE), lo único que percibe es un «bufandismo» abiertamente indecente, una retórica entre ideológica y emocional tan boba que es imposible no pensar que oculta algo inconfesable y que, por otra parte, resulta al final inane, porque carecemos de fuerza alguna para hacer pesar nuestros criterios. Es una situación deplorable. ¿Cuánto tiempo hace que no escuchamos a un político español hablar de política mundial con un mínimo aliento de estadista? Yo no lo recuerdo. Y debería ser urgente, porque la situación de España en materia de seguridad exterior no es fácil. Nuestro principal enemigo objetivo, que es Marruecos (porque ningún otro país ha planteado reivindicaciones sobre nuestro territorio nacional), resulta que es el aliado preferente en la región de nuestro patrón político y militar, que son los Estados Unidos. España opta por someterse a Marruecos mientras lanza bravatas contra Trump y contra Israel, país que es también, vaya por Dios, socio y aliado estrecho de Marruecos. Toda nuestra seguridad depende, en última instancia, de que saquemos el máximo partido del eventual escudo que podría proporcionarnos la OTAN frente a nuestro flanco sur, pero, en vez de eso, optamos por jugar al anti-militarismo sin ser capaces -porque no lo somos- de garantizar nuestra seguridad por nuestros propios medios. Si yo fuera un gobernante extranjero, tomaría más en serio a Marruecos que a España. Y no me equivocaría.

El ejercicio real de la política no es fácil. Con frecuencia uno ha de aplazar sus objetivos máximos en función de circunstancias que sólo muy lentamente puede cambiar. Es otra vez el caso de Meloni, inevitablemente atrapada en las exigencias de la gigantesca deuda italiana, por ejemplo. Y aún así, uno puede realizar parte de su programa y no perder de vista sus ambiciones a largo plazo. Ser capaz de mantener el rumbo y, sobre todo, de explicarlo, es lo que define a un estadista. Lo otro, jugar a redentor moral mientras tomas decisiones objetivamente lesivas para el país, es lo que define a un demagogo. Envidia de Giorgia…

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