Siempre andan los gabachos liderando las nuevas tendencias de la moda. Desdde que les dio a los parisinos por mostrar que los sombreros no eran imprescindibles, que ni siquiera las cabezas eran necesarias, sobre todo si se trataba de borbones o campesinos vandeanos. Después vino la Comuna, las vanguardias literarias y artísticas, la minifalda, Coco Chanel y las pasarelas. Incluso fueron los primeros en prescindir de la ropa interior femenina, y la colocaban como banderas sobre las barricadas de los estudiantes del 68, en aquella revolución de las gónadas
Ahora el nuevo primer ministro francés se llama Manolo. Pero no le han dado el timón para poner de moda la tortilla de patata, sino para decirle a electorado francés que ellos pueden ser más lepenistas que la hija de Le Pen. Porque Manuel Valls es el que bajó a una niña del autobús escolar para expulsarla del país. Es socialista, claro, si eso se le ocurre a alguien de otro partido tenemos un déjà vu de guillotina.
Es muy interesante ver como en Europa los grandes partidos van asumiendo el discurso que hasta antes de ayer habían demonizado por extremista y xenófobo. La misma Merkel torcía el gesto porque los suizos habían dicho que ya estaba bien de minaretes en los Alpes, y enseguida ella -que lidera un gobierno de coalición, como dentro de poco pretenderán aquí- se ha puesto a pegar patadas en el trasero incluso de ciudadanos comunitarios, al igual que Bélgica y algunos vecinos nórdicos. La Unión se está largando por el retrete de la historia.
El primer síntoma de la crisis europea no hay que buscarla en los grandes batacazos de los bancos de inversión, ni en los paquetes financieros contaminados, sino en el terremoto de aquellas elecciones presidenciales de 2002, en Francia, en las que la izquierda desaparecía y Chirac tuvo que enfrentarse en la segunda vuelta con Le Pen. No es sólo la minifalda. Francia ha sido la vanguardia política del continente desde hace dos siglos, no ha existido movimiento popular ni corriente intelectual que no haya tenido su acomodo o su cuna en París, desde las democracias liberales hasta el comunismo o el fascismo, criaturas todas emparentadas con la Revolución. Por eso en aquellas elecciones de las que salió la ominosa presidencia de Chirac, se oficializó también la crisis profunda del modelo europeo, el hundimiento de una estructura hecha por y para oligarcas -de espaldas a los ciudadanos- y el fracaso de la pretendida Europa multicultural como desquiciada respuesta al suicidio demográfico.
En realidad el rollo multicultural no es más que un vicio viejo de las élites decadentes, una faceta del esnobismo. Ahítos de poder y de confort material, habiendo roto definitivamente con las raíces propias, los niños mimados del régimen -de todos los regímenes- se dejan fascinar por la espiritualidad hindú o por los baños turcos, y en esas memeces sucumben desde el actor hollywoodiense hasta el cultureta subvencionado de pañuelo palestino, Pero resulta que la multiculturalidad no es una fiesta exótica de millonarios de todas las razas, sino la guerra de Kosovo, el conflicto eterno de Oriente Medio, Crimea, y los arrabales ardiendo de París. Y también el voto para Marine Le Pen, que tendrá que buscar ahora otros reclamos electorales, porque la izquierda y la derecha le están fotocopiado el programa.