Si no fuera porque todas las voces dicen lo contrario, pensaríamos que en Estados Unidos pasan cosas «iliberales». En Rusia los opositores mueren envenenados, lo habrán escuchado, pero ahora vemos que en Estados Unidos disparan a los candidatos y que los presidentes se esfuman misteriosamente con una carta en Twitter. No sabemos qué es de Biden ni dónde está. Cuando esto sea publicado, habrá hablado o quizás esté reunido ya con sus votantes, Dios no lo quiera. Hemos acabado queriendo a Biden y ahora hasta pensamos que todo este tiempo estuvo controlado por un equipo de facultativos obamitas. También dudamos de que realmente existiera.
Si Trump iba a ser eliminado al viejo estilo magnicida americano y occidental, lo de Biden se parece más a algo soviético. Es otro rasgo de la sovietización que señaló Dalmacio. Un presidente es secuestrado por una camarilla, engullido en una espiral de urgencias, casualidades y acontecimientos, y en solo unos días se va, calla, se consume en una bomba de humo de la que no emerge otro anciano con más cejas sino una forma nueva, mejor, una mujer, una mujer afrohindú a la que ya celebran los terminales del wokismo internacional, aquello que más sinceramente podemos decir ahora mismo que es propio de Occidente. En El País, por mencionar el ambulatorio más cercano, nuestro dispensador de wokina, contaban consternados que la llaman «Mamadas Harris». ¿Puede soportarse algo así? ¿Podemos aguantar semejante nivel de violencia política?
Estados Unidos es una oligarquía degenerada y psicópata, es decir, patocrática, donde los poderes, oxidados como Godzillas encadenados y teatrales, son movidos por los hilos invisibles de clanes al servicio de una alianza entre el dinero y el Estado de Seguridad, cuyo dominio, por cierto, no es tan distinto del que la KGB acabó teniendo en la Unión Soviética y postsoviética.
Pero aquí (¡soy occidental!) las cosas las percibimos de un modo a la vez vivo e irreal. Todo lo hemos visto ya en infinidad de series y películas, estamos avisados, aburridos y aun fluye hacia nosotros, pese a todo, mucha información libre. Incluso tenemos, como un privilegio o una degeneración, un modo de pensar propio, el conspiranoico, el único posible.
Hay algo chapucero y shakesperiano, soviético y novísimo en la decadencia americana; y con ella somos injustos, olvidamos que el imperio, que las formas políticas, tienen sus propios ritmos. El poder, en el ciclo histórico descendente, ya ciego y a toda velocidad, quiere desatarse, expandirse, explotar formas nuevas de quemar recursos, dinero, vidas incluso, pero está encontrando demasiadas resistencias, pese a todo. Es como un gran animal, en alguna sabana mitológica, al que no dejaran morir como le corresponde.