«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.
Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

Milo y el complejo de la ‘derecha sin complejos’

23 de febrero de 2017

Milo Yiannopoulos, redactor del Breitbart de Steve Bannon, el excéntrico ‘enfant terrible’ de la (supuesta) derecha alternativa, azote de progres políticamente correctos y desesperación de traficantes de victimismos varios, ha sido acusado de defender públicamente la pederastia.

Naturalmente, la acusación no solo rezuma hipocresía -viniendo de los mismos medios que llevan meses en preventa de la pedofilia-, sino que está cogida con pinzas, estirando el significado de las palabras y cogiendo sus declaraciones por donde quema. Pero, por una vez, y aun admitiendo la evidente falsedad de las formas, me quedo con el fondo, que no es bonito.

«La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero» es una bonita frase que casi todos hemos empleado alguna vez, entre otras cosas porque es cierta. Pero, en el mundo real, en el debate político a sangre y fuego, es más que matizable: todos procuramos que los personajes que citemos en apoyo de nuestras tesis conlleven especial autoridad.

Y esa es, en pocas palabras, la razón del entusiasmo que buena parte de la ‘derecha alternativa’ (muchas comillas aquí) ha desplegado hacia Milo se debe, básicamente, a su condición de homosexual. 

Sí, Milo es rápido, es ingenioso, es audaz y no se calla ni debajo del agua. Es un placer verle escandalizar a la patulea de víctimas autodesignadas y  guardianes del dogma. Pero su principal virtud, el activo más importante que aporta a la derecha es ser descarada y declaradamente gay, lo que en inglés llaman ‘flaming’, casi podríamos decir que profesionalmente gay.

La modernidad ha visto cómo los colectivos de víctimas autodesignadas se convertían, con el auxilio de intelectuales y medios, en los gurús de la verdad revelada. Ser homosexual, mujer, inmigrante, musulmán, no blanco o transgénero aporta un plus de autoridad a lo que se dice, contra el dicho que citábamos al principio. Es, por tanto, comprensible, si no muy juicioso, aplaudir a un homosexual que ponía de vuelta y media todo el pensamiento políticamente correcto.

Milo era una especie de ‘opción nuclear’. Que fuera tan abiertamente gay, con sus perlas y ocasional maquillaje, confundía y paralizaba a sus enemigos, acostumbrados a pensar que un homosexual es siempre ‘de los buenos’ y que criticarle equivale siempre a homofobia.

Lo vemos cada día, por ejemplo, en el caso del ‘machismo’, que ha pasado a esgrimirse cada vez que se vierte una crítica contra una mujer en la escena pública, aunque la crítica en cuestión no tenga ni remotamente que ver con su condición de mujer ni conlleve de lejos desprecio alguno hacia su sexo. Es, sencillamente, un modo cómodo y rápido de ganar el debate. Y hay que reconocer que lo usan con igual entusiasmo los progresistas como quienes se quejan de que los progresistas siempre lo usan.

Habría que dejarlo muy claro: criticar a un negro concreto por algo concreto no es racismo. 

Criticar a una mujer no tiene por qué ser machismo. 

Criticar a un inmigrante no es siempre xenofobia.

Criticar a un homosexual no significa que uno sea homófobo.

Criticar a un judío no te convierte en antisemita

Al contrario: considerar que las otras razas, los inmigrantes, las mujeres, los homosexuales, los judíos o los miembros de cualquier otro ‘grupo protegido’ están individualmente por encima de toda crítica es deshumanizarlos y, por tanto, la quintaesencia del racismo, la xenofobia, el machismo, el antisemitismo y la homofobia.

Y mientras no nos libremos de ese estúpido hábito mental seguiremos ensalzando a maestros de la autopromoción como Milo Yiannopoulos. Porque, en mi modesta opinión, Milo ha descubierto en la indignación y el escándalo un verdadero filón, una mina de oro. Ha pasado de ser un perfecto desconocido a estar en boca de todos y convertir en superventas un libro que ni siquiera se ha editado aún por un procedimiento que no es ni mucho menos el primero en explotar, pero para el que tiene las mejores disposiciones: ‘epater le bourgeois’. Quizá sea injusto, y es una opinión muy personal, pero apuesto que hace un siglo hubiera sido, no sé, comunista o anarquista, cuando esas eran las ideologías que escandalizaban al público.

Milo no es ‘derecha alternativa’. Milo es un promotor de sí mismo, es el producto que vende, y lo vende bien. Pero no es, ni de lejos, derecha alternativa, porque este ambiguo término designa un movimiento que va bastante más allá de enfurecer feministas radicales y comerciantes en victimología.

¿Puede perjudicar el actual -y no buscado- escándalo que rodea a Milo al equipo de Trump? Sinceramente, lo dudo. Trump no ha hablado con él ni de él ni le ha dado cargo alguno. Sí, su mano derecha en estrategia ideológica, Steve Bannon, confió en Milo, que acaba de presentar su dimisión en Breitbart. Ya no lo necesita, ya es una celebridad por cuenta propia.

En cualquier caso, nunca tuvo mucho sentido que la nueva derecha que se presenta como una ideología sin hipotecas ni complejos convirtiera en portavoz y casi ídolo a un homosexual que presumía constantemente de sus hábitos sexuales y de la variedad de los mismos, o que hiciese soeces referencias de forma continua. Para tener eso, ya nos quedamos con lo de siempre.

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