«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Muerte a la biología

17 de abril de 2025

Vivimos tiempos de un fascismo exasperante. El Supremo británico acaba de dictaminar que el término «mujer» sólo puede estar determinado por el sexo biológico, es decir, por la ley de la selva, impidiendo de modo totalitario que también puedan ser «mujeres» una mesa camilla, una semilla de amapola, o el abogado que llevo aquí colgado. 

Por suerte en España las cosas van en otra dirección. Sumar, el partido aritmético que desconoce la aritmética, ha pedido añadir una casilla al DNI para el sexo —dicen género— no binario. Lo aplaudo, pero queda mucho por hacer. Veamos.

En primer lugar, se necesitan al menos tres casillas más para el sexo en el DNI: «Mucho», «poco» o «ninguno». En cuanto al género, dos más: «Tonto», o «de dudas». Y en cuanto al no binarismo, conviene que el carnet de identidad refleje el grado de fluidez o solidez del género en puntos porcentuales, en una casilla dinámica que pueda actualizarse en tiempo real, que como es sabido uno puedo sentirse muy hombre para declarar la independencia de su región, digamos en un 90%, y muy poco hombre para declarar ante el juez, cayendo incluso al 3% de hombría, en homenaje a las mordidas.

Éramos felices haciendo leyes a la medida de nuestra imaginación, y ahora vienen los jueces a tocar lo que cada uno tenga ahí a cada momento con la excusa de las ensoñaciones de la biología, enseñanza fascista que pretende imponer normas de comportamiento, aspecto, e identidad a los seres vivos. Esta materia, sin duda engendrada bajo el franquismo más atroz, establece la estructura de los animales y plantas, sin considerar siquiera que ésta puede mutar en el libre ejercicio de algunas criaturas, como cuando el cocodrilo devora libremente una pierna a un ciervo, modificando de forma ostensible su estructura. ¿Qué hace la biología ante eso? Calla como lo que es.

La biología también se mete en el jardín viviente de la evolución, pretendiendo dictaminar quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, algo que ya aclaró hace mucho tiempo Siniestro Total, como si no fuera viable que un castaño nazca del huevo de un avestruz, o que la hormiga proceda de la libre mutación de una ballena queer. Quizá donde más se nota la deriva ultraderechista de esta ciencia es en su empeño por delimitar la distribución de cada especie por regiones y hábitats, en clarísima afrenta xenófoba contra la migración

Ahora bien, donde a mi ya se me calienta la tecla es en el asunto de las relaciones entre seres vivos. La biología, el fascismo verde, se atreve a señalar con quién deben procrear unos y otros, como si no fuera posible que la yegua se trajine al puercoespín en una noche de confusión etílica (sola y borracha las yeguas no vuelven a casa), o que el cardo borriquero se dé un festín con un ministro en esos paradores de turismo sexual. 

El machismo biológico luce en todo su esplendor cuando nos encaramamos a la rama de la neurobiología, donde pretenden encontrar distinciones notorias entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres, cayendo en lo más inconcebible al asumir que los varones disponemos de uno. Pero tampoco se queda atrás la parasitología, que trata de hacer risible la noble actividad sindical, ni la fisiología, que estudia con todo el machismo al aire los pormenores de los varones que tienen unas irresistibles ganas de hacer pis, ni la zoología que, como su propio nombre indica, celebra el cautiverio en jaulas y recintos de los más bellos animales de la selva, sólo para que los ricos puedan torturarlos arrojándoles cacahuetes como pasatiempo de clase.

La bioquímica —lo tienen todo los biólogos—, en fin, promueve abiertamente el mundo de las drogas, mientras que la citología, la más arrogante y soberbia de sus ramas, asegura conocer la forma y funciones de las células, cuando no hay maldito ser humano que haya visto jamás una cara a cara. La anatomía, fascismo en vena, priva a los varones de la posibilidad de ser mujeres sólo por conservar intacto su sacacorchos, y niega que las mujeres de pelo corto y frondosa axila puedan operarse de próstata si así les viene en gana.

Cada una de las ramas de la biología que encandila a los jueces británicos es más reaccionaria que la anterior. Pensemos en la botánica, que en el sumun de su locura afirma que las plantas tienen sexo, si bien no explica si es por correspondencia, o de noche cuando nadie las ve. Y se atreve a encorsetar la exuberante libertad de las flores en dos reducidos órganos, masculinos o femeninos, asegurando que los primeros gozan de estambre, y los segundos de pistilo, por más que a todo el mundo le suena mejor «estambre» para describir lo de las chicas, y que ningún lingüista objetaría nada si digo que este célebre columnista que a usted le ilustra goza de un pistilo de importantes dimensiones. 

Si los ingleses quieren regresar a la Edad de Piedra, es su problema. Pero el Gobierno progresista de España está obligado a plantarse, hacer un DNI de 300 páginas con casillas para todo el mundo, y a prohibir ya mismo la propaganda totalitaria de la biología en las aulas, al tiempo que prepara el terreno para el siguiente estandarte fascista a derribar, que es la medicina, que no es de recibo que aún te sigan preguntando en la consulta del ginecólogo si eres varón o hembra, como si no fuera posible defender mi condición de gladiolo asexuado femenino pero fluidillo, con arbitrario pero notable accidente geográfico pitoforme.

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