«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Muerte a carcajadas en un ataque de risa

3 de abril de 2014

Desde la rueda de prensa con falda, calcetines blancos y zapatos de tacón del mismo tono tras el atentado de Bombay, Esperanza Aguirre no se había visto en un ridículo como el de este jueves. El hashtag #Aguirrealafuga se convirtió en trending topic en cuestión de minutos para sólo burlarse de la presidenta del PP de Madrid. Entre fotomontajes y chanzas de todo tipo se colaba mucho insulto también, pero el resultado era una cascada ingeniosa que desencajaba la mandíbula. Así pasaba en el resto de las redes sociales, en los bares, en la calle, en las oficinas y en los cuartos de estar.

Y eso es lo peor que le puede pasar a un personaje público, que la gente que debe respetarle se carcajee de él. Porque la indignación se pasa con los malos gestores como la ira se templa con los corruptos, pero no hay político que se recupere de ser el hazmerreír de toda España.

Dirán que lo importante es la prepotencia con la que ha actuado al aparcar en el carril bus en plena Gran Vía, al no esperar a que le dieran permiso para marcharse y salir a la fuga derribando la moto de un agente, y al atrincherarse en su casa hasta que sus escoltas han llegado y la han blindado ante los siete policías que la habían perseguido. Dirán que la indignación ciudadana, bien atizada desde la oposición externa e interna a la ex presidenta madrileña, acabó con la carrera política de Esperanza Aguirre. Y sería verdad si la gente se hubiera enfadado, si hubiera habido una reacción colérica, pero lo que ha habido -salvo sesudas excepciones- ha sido un dolor de tripa colectivo por tanto reír a cuenta de la que ha liado Aguirre.

 

Lo cierto es que el incidente de tráfico no tiene un pase se mire por donde se mire y que le va a costar caro a la política española que más y mejor se ha reído de sí misma, razón por la que nunca había hecho el ridículo, ni siquiera con aquellos calcetines, hasta ahora, que se ha tomado demasiado en serio a sí misma mientras los demás aún lloran de risa. Una lástima que, después de tantos años, haya cometido un error de principiante.

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