Hoy sabemos que ni la asimilaciĂłn, ni la integraciĂłn, ni la multiculturalidad han funcionado en ningĂșn paĂs europeo cuando los emigrantes no comparten los valores bĂĄsicos de la sociedad que les acepta. AĂșn peor cuando no quieren compartirlos.
Durante siglos, Europa fue simplemente un mito griego. Una bella mujer tomada por engaño por el dios Zeus transformado en toro (lo siento por los anti-taurinos) y que, con su galope, irĂa formando las bellas islas griegas. Siglos mĂĄs tarde, con la ilustraciĂłn y la Ă©poca de los descubrimientos, Europa pasĂł a ser una pĂĄgina en los atlas de geografĂa, donde se presentaba al Viejo Continente como un conglomerado de la gran riqueza de sus naciones. Finalmente, Europa fue el nombre que se le dio a un desĂ©rtico islote en aguas del Ăfrica Oriental, donde, curiosamente, van a parar todos los años las tortugas bobas del Indico para desovar. Hoy, Europa es a la vez un mito y un espacio de creciente irracionalidad.
DecĂa el expresidente Aznar en una de sus conferencias, que le hubiera gustado que España hubiese participado en el desembarco de NormandĂa. Pero la realidad polĂtica del momento quiso que no fuera asĂ. En realidad, España casi siempre llega tarde y mal a sus metas internacionales. TambiĂ©n es el caso de la UniĂłn Europea. Los españoles tenemos una visiĂłn idĂlica y rosĂĄcea de la UE, donde en su dĂa pusimos nuestras esperanzas democratizadoras y de prosperidad y en la que queremos creer que guarda todavĂa esos principios igualitarios y liberales. Pero nos equivocamos.
Un ejemplo muy bĂĄsico: si yo dijera que quiero ser chino, congoleño, yemenĂ o afgano, se me tacharĂa de loco automĂĄticamente. Aunque quisiera, yo, español y blanco, no podrĂa serlo. Y, sin embargo, si se le pregunta a cualquier dirigente europeo actual, o al establishment de la UniĂłn Europea, si un chino, africano o ĂĄrabe puede ser europeo, dirĂĄn sin lugar a dudas que sĂ. Rotundamente. Pero la realidad es que no es verdad. Lo estanos viendo en los dos Ășltimos años desde que la canciller alemana, Angela Merkel, decidiese por todos nosotros, que la UE abrirĂa sus puertas a todo el que quisiera venir. Supuestamente movida por razones humanitarias ante el conflicto sirio, pero, en verdad, dispuesta a aceptar eritreos, afganos, senegaleses, centroafricanos, libios, turcos y de tantas otras naciones sin relaciĂłn alguna con la guerra civil en siria.
Y lo mĂĄs sorprendente es que lo decidiera pocos meses despuĂ©s de haber sentenciado que el experimento multicultural habĂa sido un fiasco total en Alemania. Y ser secundada en ello por el primer ministro britĂĄnico y el presidente francĂ©s, que dijeron lo mismo.
Hoy sabemos que ni la asimilaciĂłn, ni la integraciĂłn, ni la multiculturalidad han funcionado en ningĂșn paĂs europeo cuando los emigrantes no comparten los valores bĂĄsicos de la sociedad que les acepta. AĂșn peor cuando no quieren compartirlos. Las tasas de criminalidad a manos de los emigrantes en estos dos años se han disparado en toda Europa, hasta el punto de que una ciudad apacible como Estocolmo, sufre mĂĄs violaciones que Lesoto. Bien intencionada o no, el hecho es que Merkel y los gobiernos, como el de Rajoy, que no le ha rechistado una palabra, han generado una grave situaciĂłn de inseguridad para todas las mujeres europeas, por no hablar del peligro de terrorismo jihadista para todos.
Aun asĂ, el discurso oficial sigue siendo el de ârefugees welcomeâ. Lo ha dicho el Papa Francisco hace pocos dĂas; Merkel lo sigue afirmando; los liberales economicistas que quieren cubrir el futuro de nuestras pensiones, lo defienden; y los radicales de izquierda lo promueven como parte de su estrategia anti-sistema. Y mientras, el centro reformista prosigue iluso con la cantinela de que necesitamos mĂĄs Europa como soluciĂłn a nuestros problemas.
Unos quieren destruir la democracia y los otros piensan en tĂ©rminos tecnocrĂĄticos, en donde pequeños ajustes aquĂ y allĂĄ harĂĄn que Europa recobre su esplendor perdido y, de paso, la confianza de sus ciudadanos. Pero el problema que aqueja a la UniĂłn Europea no es de tecnicismos, ni siquiera de ajustes polĂticos. Es civilizacional. Uno podrĂa pensar que en este terreno el Papa podrĂa arrojar luz y sentido comĂșn, pero, desgraciadamente, Francisco estĂĄ muy alejado de la sabidurĂa de su antecesor, Benedicto XVI, o de los valores cristianos de Juan Pablo II.
La semana pasada el que fuera un importante think-tank britĂĄnico, Chatham House, hacĂa pĂșblica una encuesta en la que, muy a su pesar, se podĂa ver claramente la creciente brecha entre las elites y el resto de ciudadanos europeos. Particularmente en temas como el migratorio. Mientras que nuestros dirigentes parecen vivir en Disneyland, es mĂĄs del 80% de la sociedad la que parece sufrir la fricciĂłn con los emigrantes, particularmente los musulmanes. Con la sola excepciĂłn de España, ni otro paĂs quiere aceptar un musulmĂĄn mĂĄs, cuando se pregunta a los ciudadanos de a pie. Pero gracias a nuestros gobernantes, los seguiremos aceptando.
España es algo diferente habida cuenta de que el grueso de la emigraciĂłn ha venido de AmĂ©rica Latina, con quien compartimos la misma lengua y religiĂłn. Y con todo, la integraciĂłn no deja de ser un mito. Basta comprobar los Ăndices de criminalidad entre inmigrantes. Y tambiĂ©n somos diferentes, quizĂĄ, sobre todo, porque no parece importarnos convertirnos en una minorĂa en nuestro propio paĂs. Los economistas liberales nos cuentan que, para sostener el sistema de pensiones, tendremos que importar unos 15 millones de inmigrantes en los prĂłximos 15 años. ÂżPero cuando los españoles de origen seamos menos del 50%, seguiremos viviendo en la España nuestra? ÂżNo serĂa mejor repensarse el sistema piramidal de seguridad social? No deja de ser curioso que lo que es un esquema criminal en el mundo de los negocios, sea aceptable en tĂ©rminos de pensiones.
MĂĄs Europa hoy es mĂĄs disoluciĂłn de fronteras, mayor desnacionalizaciĂłn, menos identidad social, mĂĄs amnesia histĂłrica y cultural, y, peor, menos europeos y mĂĄs inmigrantes. Una EU que se fundamenta en la sumisiĂłn de sus ciudadanos a travĂ©s de polĂticas de puertas abiertas, no puede resultar atractiva mĂĄs que para lo que vienen a beneficiarse de ella o para las elites que vienen aprovechĂĄndose de sus instituciones. La gran mayorĂa de europeos, progresivamente en minorĂa frente a los extranjeros, sĂłlo serĂĄn sufridores. En lugar de garantizar sus pensiones, acabarĂĄn pagando mĂĄs impuestos, trabajando mĂĄs años y, al final, cobrando menos.
Eso es precisamente lo que no quieren esos otros europeos, como Polonia, la RepĂșblica Checa y HungrĂa, entre otros. Porque hay alternativa a la UE actual y a la de los tecnĂłcratas. SĂłlo hay que mirar a Centroeuropa. Y precisamente por eso Bruselas les amenaza y castiga con sanciones. Con todo, Schengen es papel mojado, el Reino Unido se ha marchado; el continente estĂĄ econĂłmicamente esclerĂłtico y preso de sus fantasmas. Tanto como para pensar que Trump es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos.
¿Cuånto durarå la esquizofrenia europea? No lo sé, pero la UE cada vez me parece menos el Apollo XI camino de la Luna y mås la ballena blanca de Moby Dick.