Andrea Fernández, diputada socialista, tuiteaba hace meses que un tercio de los hombres españoles éramos puteros. Así, sin más. Ahora hemos sabido que Andrea hablaba de sus compañeros socialistas. De los hombres de su entorno. La tercera parte de sus colegas diputados son violadores, como decía ella. Y disfrutaban de cenas y orgías en plena pandemia. Andreita se ha escandalizado cuando comenzó a publicarse en redes la lista de los asistentes a las cenas del Tito. Coca, putas y viagra. Sólo entonces apeló a la presunción de inocencia que nos había negado al resto. Ha borrado su tuit.
Las juventudes socialistas también tuitearon lo del tercio putero. Uno de estos lo es, decían. Elige la opción correcta: el rey emérito, el cura que te bautizó o el torero que le gusta a tu abuelo. Se dejaron al diputado sociata, claro. Menuda selección. Qué chusco todo. Deben pensar que somos igual de gilipollas que ellos. Puede que tengan razón.
Vuelven los noventa. Esa corrupción sociata tan ordinaria. Los desnudos horteras, las drogas y las fiestas de nuevos ricos. Uno creía que después de todo aquello, nadie se atrevería a organizar semejantes espectáculos ni a protagonizar esas corruptelas. La sociedad española ya no aceptaría tales comportamientos, decíamos. Toma del frasco, Carrasco. Cuarto y mitad de los noventa. ¿Cómo hay que tener la cabeza para votar en contra de la prostitución por la mañana e irse de putas por la noche? ¿Para atacar a Ayuso en una comisión por mantener abierta la hostelería y acudir luego a un reservado de un restaurante de lujo o visitar un burdel? En plena pandemia, cuando todos sufríamos sus restricciones arbitrarias. Mientras decretaban confinamientos inconstitucionales. Mesa para 15, pedían. «Solo personas del PSOE. No pueden entrar los de Vox, ni Podemos, ni arrastrados catalanes, ni toda esa gente extraña». Geniales los socialistas. Con los podemitas y los arrastrados catalanes nos gobiernan pero no comparten putas. Tienen sus límites.
La ministra de Igualdad, tan dicharachera ella, no dice ni mú. Esta semana salía con sus amiguis en modo buitres carroñeras a utilizar el drama de las gemelas argentinas en Cataluña. Los padres han tenido que pedirles que paren. Irene y Pam comentan cualquier cosa de forma inmediata. Su diarrea no es sólo legislativa. Pero sobre Irán o los puteros sociatas, chitón… Con las cosas de comer no se juega.
Los comunistas proponen lema para celebrar su akelarre feminista: “Barrer al patriarcado”. En el cartel, escobas y mochos. Qué lapsus tan bello. ¡Cuenta tanto de ellos!
Cataluña vuelve a dar muestras de su putrefacción. Una enfermera se expresa en redes harta de la imposición lingüística -están consiguiendo que cada vez más gente rechace esa lengua- y las instituciones y ciertos personajes se le echan encima. Llach, Baños, algún teniente alcalde, medios del régimen, presidente en el exilio… También lo hace la UGT que, una vez más, entre defender a una trabajadora o hacer de mamporrero del régimen, lo tiene claro. Elige marisco.
Ahora que Ferrovial huye, se les ven las costuras. Se indignan. Maltratan al personal, le insultan, le machacan a impuestos. Y les extraña que se larguen. Menean su patria de nuevo: ahora es permitir que la banda te exprima y amenace. Rebuscan mecanismos para impedir que huyamos. Está inventado. Se llama muro.