Recuerdo la primera vez que tuve oportunidad de charlar con Zapatero. Me di cuenta enseguida de que el tipo era un brasas. Tardé sólo unos minutos en salir pitando. Hice como si alguien requiriera mi presencia al otro lado del salón de los pasos perdidos del Congreso. Lo sé, un truco facilón y rastrero. Era el día de la Constitución. Justo antes de jurar mi cargo como diputado. Había mucha gente por allí a la que quería saludar, conocer.
Rajoy ya estaba rodeado de un círculo infranqueable, pero Zapatero iba buscando con quien pegar la hebra. Y supongo que a todos les diría lo mismo que a mí. «Los procedimientos, Toni, los procedimientos», se quejaba. Echándole la culpa al sistema de lo difícil que era hacer cualquier cosa en la Administración. Benditos procedimientos. Si con todos ellos dejó el país hecho un erial, no quiero pensar qué hubiera perpetrado con las manos libres.
Pensaba en él por el mitin místico que dio el otro día. Hoy les pillaré a ustedes yendo a votar, volviendo de, pasando de todo o ciscándose en Correos, supongo. En unas horas tendremos la respuesta. Ya queda menos. ¡Se estaba haciendo muy largo! Encadenar dos elecciones tan importantes y a nivel nacional es un suplicio. Pero esta semana, tras escuchar a Zapatero hablando del infinito, a Pepe Álvarez, el come gambas de UGT, llamar come mierdas a los de VOX —todo va de comer con este hombre—, tras seguir el culebrón de Correos, a Yolanda Díaz dándole a la plancha, asistir al debate a tres…, en fin, qué tortura.
No encuentro palabras para la charla de Zapatero. En actos como ese al interviniente se le suele pedir que se centre en tal o cual tema. Es posible que a José Luis no le dijeran nada. Cuestión de galones…o de que ya conocen el paño. Pero sí le preguntarían sobre qué iba a hablar. Le imagino respondiendo: tranquilos, vais a alucinar. Y vaya si lo hicieron. Ese público de atrás disimulando el estupor. Los afiliados del PSOE están acostumbrados a todo. Esta legislatura a puesto a prueba sus tragaderas. Es un público fiel el que está detrás de José Luis, elegido por criterios de estética, lealtad, y méritos, por ese orden. Y está acostumbrado a todo en un mitin. Pero esto superaba lo esperado. Y no pestañearon. Bravo por ellos. «El infinito es el infinito», soltaba José Luis. «El universo es infinito muy probablemente». «Pertenecemos a un planeta y a una especie excepcional que no la hay en ningún sitio del universo». Ahí la cámara enfoca a los dirigentes que tampoco mueven un músculo. Patxi incluido. Pero Zapatero cierra con un «somos el único sitio del universo donde se puede leer un libro y se puede amar», y eso es reconocible, y él sonríe porque quizá encontró el hilo perdido, y el público se arranca con un aplauso casi diría de alivio.
Vimos su versión más iconoclasta, más new age, más pimplada o vaya usted a saber. Alguna vez se ha deslizado la posibilidad de poner un control de alcoholemia en los mítines. Nos va la vida en ello. Pero José Luis se cayó en la marmita. Ya apuntaba maneras cuando lo de «la tierra no pertenece a nadie salvo el viento», o cuando declaró querer ser supervisor de nubes. Es el prototipo del cursi de izquierdas. Y la cursilería es el reverso de su crueldad. Cuando le conocí, me dio la sensación de que era un cadáver político. Pero míralo. Héroe bolivariano. Rescatado por Sánchez, que fue capaz de obrar el milagro: hacer más daño a España del que hizo José Luis.
No hay en todo el universo otro lugar en el que un presidente como Zapatero pueda volver a levantar cabeza después de todo el mal que hizo.