«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una nación al borde del abismo

17 de febrero de 2016

El estado de desarrollo y derechos de que disfruta una sociedad no es una bendición gratuita venida del cielo sino un ejercicio de esfuerzo y sensatez continua, que si se quiere atajar, utópicamente, sólo puede llevar al desastre. Muchos votantes desgraciadamente creen, que el único riesgo de provocar un cambio de sistema es volver al punto de partida, cada salto al frente nos trae “el progreso”… Eso no es ni mucho menos cierto, en la historia, reciente y pasada; quien se tome el trabajo de estudiarla, comprobará que ha habido retrocesos: Tras etapas de desarrollo y bienestar han venido períodos de decadencia y sufrimiento sin límite, se tardan años, décadas, siglos en algunos casos,  en recuperar lo perdido.

 

Destruir, perder, es fácil, construir, ganar es algo largo y tedioso. No ser conscientes colectivamente de este hecho irrefutable tiene consecuencias, y no precisamente  benévolas para los sujetos. Lo malo es que aquellos que no son conscientes colectivamente, arrastrados por culpables flautistas de Hamelín, que arrastran a los pueblos con sus cantos de sirena, para su propio enaltecimiento, llevan la desgracia  igualmente a otros muchos que no son merecedores de tal castigo. Al final, todos terminarán en una situación mucho peor.

En España concretamente, esta explosión de rabia, ira o protesta colectiva capitalizada por fuerzas destructoras del sistema, personas que no han vivido ni padecido la guerra civil, ni sus consecuencias, que ni siquiera se han tomado el trabajo de estudiarla objetivamente, precisamente para no repetirla, esta explosión de odio y agresividad frente a símbolos y creencias queridas y respetadas por una gran cantidad de compatriotas,  cuando aquellos que efectivamente la sufrieron decidieron olvidar y perdonar,  por ambos bandos, crímenes imperdonables.

¿Porqué tantas personas que han disfrutado del bienestar de una sociedad que les ha proporcionado una serie de beneficios y derechos, un nivel de vida, no soñados por anteriores generaciones o por la inmensa mayoría de la humanidad? Quién puede negar que salvo situaciones absolutamente excepcionales se ha disfrutado de una cobertura sanitaria impecable a nivel colectivo, una educación general básica para toda la población, una cobertura de desempleo, una jubilación y tantos otros beneficios que si los estudiamos uno por uno tendremos que reconocer que son conquistas innegables del sistema, aunque haya casos aislados de ineficiencia, no puede exigirse la totalidad, pues todo sistema tiene sus defectos y fallos. ¡Si será atractivo el sistema que millones de personas han acudido a nuestras naciones y siguen queriendo hacerlo…!

¿Porqué quieren destruirlo, cambiarlo todo, cuando parece que se iba por buen camino? ¿Se trata de un “masoquismo social”, de una inquietud juvenil revolucionaria congénita de rechazo a la autoridad, un aburrimiento existencial que necesita de emociones fuertes, desafíos, para sentirse vivos o es que el ser humano posee un instinto perverso y autodestructivo contrario al eros que algunos psicólogos han llamado tánatos? Quizá nuestro gran fallo ha sido la educación: el no haber sabido explicar claramente a unas nuevas generaciones los defectos y virtudes, que también las hay, y muchas, en nuestro pasado, respetar a nuestros mayores y aprender de sus experiencias. ¿Unos dirigentes legales débiles, atemorizados, y unos contrincantes  decididos y sin escrúpulos? Filosofías aparte, lo que es innegable es que si nos lanzamos a desmantelar el sistema para construir una utopía, si no se toman las medidas necesarias para enderezar nuestras apetencias de bienestar dentro de un marco realista, si no mantenemos los motores del verdadero progreso, que son la ilusión, la ambición, el esfuerzo y la dedicación con sus correspondientes recompensas, solo conseguiremos destruir lo conseguido hasta ahora.

 

No debemos olvidar, aunque mencionar este hecho ahora parezca una exageración o una afirmación políticamente incorrecta,  la verdad es la verdad, y la historia es la que es:  toda democracia inmadura, en que la demagogia y la anarquía se apoderan de la nación, siempre que ha terminado en una crisis, y cuando las cosas llegan al extremo y la supervivencia y el orden se convierten en absolutamente prioritarios, se  ha terminado en una dictadura, como régimen temporal, y en el peor de los casos se cae en un régimen totalitario, de izquierdas o fascistas, bajo distintos epígrafes, lo de menos es como se llamen a sí mismos,  y todos esos cantos de sirena de los revolucionarios se extinguen ante el peso de la realidad de la fuerza, adiós libertad.

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