A mí que un político se lleve pasta no me escandaliza nada. Me molesta, digo eso de que “hay que ver, qué morro tiene, blablabla” y continúo con mi vida. Y si el político es de derechas, no me preocupa nada de nada porque tengo la certeza de que lo va a pagar con dimisión, pena de telediario, sambenito si todavía existiera, mucha cárcel y auto de fe –simbólico todavía–.
La corrupción dineraria, por desgracia, es consustancial al hombre. Aquello de “no te pido que me des, sólo que me pongas donde haya –o hayga, mucho más bonito–”. Por supuesto, hay que perseguirla y establecer todos los métodos posibles para detectarla y castigarla. Sin embargo, en España ahora mismo es mucho más preocupante la tolerancia que ha tornado en admiración por la corrupción ideológica que, por supuesto, no me pregunten ustedes por qué, va acompañada siempre de pasta. Qué curioso.
Un ejemplo grandioso ha sido el caso de los ERE, por supuesto. Mucho dinero para fabricar redes clientelares que garanticen la permanencia en el poder. Chaves y Griñán no se habrán llevado un duro a casa, pero no cabe duda de que han sido los puestos de trabajo más caros de la historia de España.
La superioridad moral de la izquierda es una patente de corso para arremeter contra el Estado de Derecho
Llevamos una semana con lo buenos que son Pepe y Manolo, tanto que no espero un indulto para ellos, espero un monumento en su honor como mínimo. Aquello de la perversión del sentido del voto por métodos cuestionables ya lo dejamos para otro día. En realidad, nos quieren convencer, y en muchos casos lo consiguen, de que se ha producido una corrección de las leyes que no permitían alcanzar a los más necesitados. Y ahí estaban Pepe y Manolo para solucionar tamaña injusticia.
Escandalizados unos y admirados otros por el caso de los ERE, parece que nos hemos acostumbrado a la mayor corrupción ideológica que se da en España desde hace lustros y que este Gobierno ha convertido en su medio de hacer política. Los pactos con aquellos partidos cuyo único objetivo es romper la nación tienen una naturaleza corrupta mucho más grave que cualquier otra. Que estas formaciones sean legales es una forma de suicidio nacional de lo más estúpida, que el Estado al que quieren derribar de manera explícita los subvencione ya es para hacérselo mirar, pero que el Gobierno del Reino de España fabrique una mesa de diálogo a su medida y acuerde en ella obviar una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ya es demencial. Sin embargo, no se escucha a los medios de la izquierda, es decir, a casi todos, llamar a esto corrupción. No, corrupción sólo es la Gürtel.
El Derecho real, ese que quiere la gente y que todavía no se contiene en el Derecho Positivo —todavía—, lo interpretan y aplican ellos
El problema de la progresía es que sólo el progre pata negra conoce lo que quiere eso que ellos llaman la gente. Interpretan nuestras necesidades, nuestros deseos y corrigen sobre la marcha lo que ellos consideran carencias democráticas del sistema. Su superioridad moral es una patente de corso para arremeter contra el Estado de Derecho, porque el Derecho real, ese que quiere la gente y que todavía no se contiene en el Derecho Positivo –todavía–, lo interpretan y aplican ellos.
Si los sediciosos malversaron dinero de nuestros impuestos, tal y como sentenció en su momento el Tribunal Supremo, se cambia el Tribunal de Cuentas y santaspascuas. Que el TSJC lleva al Tribunal Constitucional la ley que destierra el español de las aulas catalanas, se pone a Conde-Pumpido al frente y asunto arreglado. Y así podríamos remontarnos hasta el inicio de una legislatura que debutó con Dolores Delgado —diputada del PSOE en ese momento y sustituida ahora por un tipo que la va a hacer buena— como Fiscal General del Estado.
Con todas las bofetadas que el Gobierno de Sánchez le ha dado al Estado de Derecho y, por ende, a todos los españoles, se podría editar una enciclopedia. Si esto no es corrupción, ya me dirán ustedes qué es.