«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Ni memoria ni concordia

27 de septiembre de 2024

Habría que preguntar a quienes llevan arrojándonos las obras completas de Chaves Nogales desde que el bipartidismo dio paso a la terrible era populista, dónde quedaron la equidistancia, el equilibrio y el discurso de que en la Guerra Civil no hubo buenos ni héroes ni gente que dio su vida para que otros vivieran mejor, incluso para que algunos hijos del régimen anterior narraran la Transición y pasaran de loar al Generalísimo a Felipe en tiempo récord, el que va de camisa vieja a chaqueta de pana.

Hay un chiste gallego fantástico que explica muchas biografías:

—Lo tuyo no tiene nombre. Primero fuiste radical, luego te afiliaste al socialismo de Casares, más tarde estabas a la derecha de Calvo Sotelo, cuando el alzamiento asegurabas ser falangista… ¡Cambias continuamente de idea!

—No lo creas, mi idea de siempre fue ser concejal.

Es el espíritu que envuelve al consenso, que esta semana se ha adjudicado una nueva victoria en tierras de Castilla y León: la ley de concordia pactada entre Vox y el PP no ha salido adelante por el cambio de postura de los segundos. La norma, incluida en el acuerdo de investidura, habría supuesto la derogación de la ley de memoria histórica vigente cuyo espíritu, huelga explicarlo, va en la línea de lo trazado por Zapatero: la guerra la perdieron los buenos y la ganaron los malos.

El objetivo de la ley nacional de 2007 —que Rajoy prometió derogar cuando ganó en 2011— era no sólo reivindicar la II República y hasta el Frente Popular, sino derrocar la monarquía vigente negando la legitimidad del franquismo por nombrar sucesor a Juan Carlos I antes de convertirse en monarca constitucional. Los mequetrefes del Excel y «la economía lo es todo» dijeron entonces que exagerábamos, pero el Frente Popular gobierna hoy España y la monarquía está en la diana (a las pruebas, algunas bárbaras, nos remitimos).

También era exagerado advertir que Zapatero usaba a las víctimas de la guerra como coartada para el revanchismo y la imposición de una verdad chequista que acabaría castigando —hasta con penas de cárcel— al disidente. Tampoco se atreverían a desenterrar a Franco ni mucho menos a José Antonio, al fin y al cabo lo fusilaron ellos mismos. ¿Por qué habríamos de preocuparnos ahora de que planeen volar la cruz más grande del mundo levantada sobre el monumento a la reconciliación entre españoles?

En realidad, quienes llaman a la calma (templar gaitas con el PSOE) condenaron el franquismo el 20 de noviembre de 2002 en el Congreso. Lo hizo el PP pata negra, el de Aznar, que pactó una declaración institucional con la izquierda y el separatismo. Es la semilla que recoge Zapatero para impulsar el derribo del edificio constitucional del 78 camuflado en los estatutos de segunda generación. Primero vino el de Cataluña, consagrada nación en el preámbulo, y más tarde la cláusula Camps en el valenciano, que reclama qué hay de lo mío.

Este sálvese quien pueda, esencia del sistema autonómico, lo apreciamos estos días con el cupo catalán. El PSOE estira el chicle de la desigualdad y el PP viene detrás a oponerse a su manera: Moreno Bonilla no acepta que un catalán tenga más que un andaluz… sin aclarar qué pasa si el extremeño queda detrás de ambos. Más café para todos, incluso para Page (Besteiro para la COPE), que ya ni siquiera protesta.

Más gracioso aún es contemplar el papel de los grandes juglares de la Transición. Los lunes critican a Zapatero por su papel de embajador del chavismo y al día siguiente defienden su legado guerracivilista en Castilla y León desechando una ley que ampara a todas las víctimas de persecución política y religiosa desde 1931 hasta 1975. Es decir, quienes llevan años apelando al mito de la tercera España no reconocen que tan víctima es Paco el del Molino de Réquiem por un campesino español como cualquiera de los asesinados en el terror rojo que Foxá narra en Madrid, de corte a checa, donde todo el mecanismo burocrático del Estado era cómplice de los crímenes.

En apenas dos décadas el PP ha pasado de movilizar a Castilla por el asalto socialista del Archivo de Salamanca —exigencia de Carod Rovira, que acordó con ETA que nada de atentar en Cataluña, no así en el resto de España— a defender el legado de Zapatero. No hay victoria del PSOE sin complicidad del PP ni concordia posible sin verdad.

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