«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

¡No, ahora no!

2 de mayo de 2023

Año 2004. El entonces secretario general del Partido socialista francés, François Hollande, acaba de ganar un referéndum interno sobre la Constitución europea. Le recordarán por gastar un fenotipo a medio camino entre Florentino Fernández e Iceta y por la portada de Closer en la que se fotografía al presidente galo saliendo del Elíseo motorizado y de incógnito hacia el número 20 de la rue du Cirque, residencia de su amante.

Hollande, émulo de Sarkozy sin su atractivo, quiere ser la izquierda de nueva generación. Se jacta de su triunfo, habla de la adrenalina, de la batalla, de la excitación de la lucha, «de la droga de las fieras políticas». Finalmente, para resumir el vacío que siente tras la campaña, declara: «Es como una depresión posparto».

Hollande enreda, no zanja. Tiene instinto de supervivencia, no de muerte. Exhibe pocas virtudes viriles y todas las cualidades femeninas. Enlaza con una tradición antibonapartista y antigaullista. En el seno de su propio partido tienen varios motes en referencia a su blandura. El más conocido «Flanby», postre lácteo de Nestlé.

Año 2004. En conjunción planetaria, Rodríguez Zapatero, Bambi, hace de las suyas en «estepaís» . 

Sin embargo, la esencia de la política es doble: el Eros —seducir, suscitar el deseo del elector— y Tánatos —matar al adversario—. 

Alejado de la metáfora puerperal de Hollande y más en la longitud de onda de aquellos brindis de Chirac en los 70 en los que usaba la fórmula de los húsares napoleónicos (¡Por nuestras mujeres, nuestros caballos y los que los montan!), Jean-Marie Le Pen expresaba el desasosiego melancólico tras la campaña presidencial con un «Post coïtum animal triste».

Año 2004. En Estados Unidos han comprendido la necesidad de la recuperación de la nostalgia viril. George Bush, de linaje patricio y licenciado por Yale, adopta un hablar rudo, la estética de John Wayne, y un discurso que repudia los nuevos modos de pensar femeninos venidos de la costa este. Es reelegido triunfalmente gracias al electorado negro, hispano y de madres de familia. El cowboy venía de Marte, no de Venus.

Nada de eso es necesario ahora. Los políticos han abandonado el poder real, ya no tienen potestad sobre la moneda, ni siquiera controlan las fronteras. La política es, tan sólo, el asistente social de la mundialización. En este escenario de gestión doméstica, de implementación de agendas y presión feminizante, igualitarista e indiferenciada es mucho más eficaz la emoción, la desvirilización, el consenso.

La semana pasada Óscar Puente, alcalde de Valladolid, sufría un accidente al visitar una obra municipal. Suponemos que el responsable subsidiario es el propio ayuntamiento. El llanto, los alaridos, la herida recién suturada en nuestras pantallas y, finalmente, la convalecencia, la manta y el gato, constituyen el arma absoluta en el mundo femenino de la emoción televisual. Zemmour se equivoca cuando dice que las lágrimas están en el nivel cero de la casuística revolucionaria. Quizá, en 2023, la exposición del dolor y el infortunio beneficien a la gran revolución del edil pucelano: convertir la ciudad del Pisuerga en Viena. Los políticos siempre son el reflejo de una época. La nuestra carece de entereza y propósito.

Giro de guión: ayer le pedí a ChatGPT que escribiera este artículo y una reseña de un libro que recién terminé. No con afán de escaquearme —disfruto muchísimo escribiendo las columnas y practico la honradez—  sino para familiarizarme con el bicho y poder hacer comprobaciones con temas sobre los que tengo un cierto control. 

La recensión —sin alma, claro— podría pasar por un documento de Rincón del Vago. A la columna se negó. La IA lloraba wokismos. Que era perpetuar estereotipos de género —me reprochaba—, que el llanto era una manera de expresar vulnerabilidad que no debía ser estigmatizada y que no dejaría en buen lugar a la clase política. Turra, sermón y pataleta de la Inteligencia Artificial. El coñazo sigue para bingo.

Nuestro oficio, el de los medios libres, sigue a salvo.

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