Para escuchar a cualquier pelanas jurar por los derechos de los protozoos, el sexo gallináceo, el multiverso de Marvel o la salvación de los mapaches servidor preferiría que no dijeran nada. Muditos estarían más monos. Desde la presidencia del Congreso, verbigracia, se dirían los nombres de los diputados y se les arrojaría a voleo el sobre con lo que sea, su acreditación, su carné del Betis, la foto de su boda o un cromo de Futre. Porque lo mismo da que da lo mismo. Hemos llegado a tal punto de degradación institucional y de menosprecio a las formas —que es lo mismo que despreciar al fondo— que, mientras los ujieres van uniformados impecablemente, sus señorías —no todas, pero sí muchas— van con unas pintas que no los dejarían entrar ni en el bar La Ladilla Roja.
Ya va siendo hora de quitarse las caretas y abandonar esa hipocresía que tanto por culpa de los unos como de los otros viene a hacernos creer que estamos en una democracia. Y de eso nanay, que se ha muerto Pichi. No existe democracia sin que sus, en principio, máximos garantes y defensores cumplan la ley a rajatabla. No existe democracia cuando se acallan los medios y las voces críticas con el gobierno. No existe democracia cuando el Ejecutivo se apodera de la justicia y de sus máximos órganos. No existe democracia cuando la riqueza nacional se utiliza en beneficiar a unos pocos mientras miles y miles de españoles pasan penurias. No existe democracia cuando por el simple hecho de haber nacido aquí o ahí se tienen distintos derechos y el agravio comparativo se convierte en ley. No existe democracia cuando se manipula la historia y la educación. No existe democracia cuando exasesinos, golpistas, okupas y demás ralea consolidan sus prebendas ante el ciudadanos honesto, de bien e inerme ante el poder.
De ahí que diga que, por lo menos, nos podríamos ahorrar esa comedieta de juro por no sé qué. Digan ustedes que entran en el Congreso para cargarse el sistema. Al menos Goebbels fue sincero cuando espetó a propósito de la entrada de los nazis por primera vez en el Reichstag aquello de «venimos como lobos en medio de un rebaño de ovejas». De ahí que no perdamos más el tiempo. Quien quiera jurar por Dios, por España o la Constitución, que lo haga. Quien desee prometer por aquello de que ser ateo o agnóstico queda más progre, allá él. Y el quiera ciscarse en todo lo humano y divino que lo haga sin mayores problemas. Total, a la hora de subirse el sueldo casi todos se ponen de acuerdo. Llegados a este punto lo único que puede exigírseles a esta tropa de pancistas es que, por lo menos, no molesten. Que no hagan ruidos innecesarios, que no se cansen interpretando esa vieja comedia de las dos Españas ni saquen más a Franco o a la República. O, peor todavía, por lo que de tibieza tiene, que no nos machaquen con el centro, la moderación, la transversalidad y el voto útil. Digan que juran porque van a vivir de miedo con el sueldo de diputado y punto.