«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

No ponga un gato en su vida

17 de octubre de 2022

Estoy sorprendido, escocido e indignado. Esta columna es fruto de ese triple sentimiento.

Todos mis lectores y muchos que no lo son saben hasta qué punto adoro a los gatos y conocen la importancia y los pormenores de su constante, imperiosa y fecunda presencia en la trayectoria de mi vida.

En la expedición también figuraba el más pequeño de mis hijos, que acaba de cumplir diez años

¡Si hasta escribí una novela de más de trescientas páginas dedicada a contar las aventuras y desventuras de uno de ellos, fallecido en dramáticas circunstancias! Soseki. Inmortal y tigre (Planeta). A ella me remito. Es, entre otras cosas, una laudatio de la condición gatuna. Aún se me encoge el alma al evocar la memoria de aquel príncipe de la especie felina. 

Ayer, domingo 16 de octubre, acompañé a dos personas de mi entorno más cercano a buscar un nuevo gatito –yo ya tengo tres– para una de ellas: la periodista Emma Nogueiro, que alguna vez ha colaborado en La Gaceta y que coordina las cenas-coloquio, que yo dirijo, de la Batalla de las Ideas patrocinadas por la Fundación Disenso. En la expedición también figuraba el más pequeño de mis hijos, que acaba de cumplir diez años. Sobra decir que iba encantado. Le gustan los gatos tanto como a mí. Nació en casa, rodeado de ellos.

Los tres nos las prometíamos muy felices. El tiempo ayudaba. Íbamos hacia el parque de Madrid Río, donde algunas sociedades protectoras de animales habían instalado dos vistosas hileras de carpas que servían de pasajero refugio a perros y gatos ofrecidos en adopción. 

Por cierto: nos impresionó ver el Manzanares reducido a su mínima expresión acuática. Estaba casi seco: apenas unos charcos por aquí y por allá, flanqueados por matojos que al descender el nivel del agua habían emergido de sus profundidades. De ese modo se instalaba la actual sequía en el corazón de la capital del reino.

El espectáculo angustiaba. Recordé el verso que Góngora, sarcástico a más no poder, dedicó en su día al Manzanares: «Bebióte un asno ayer y hoy te ha meado». Así andamos. Madrid Río debería llamarse ahora, señor Almeida, Madrid Rioseco. A ver si el dios de la lluvia se decide a abrir sus grifos.

No fue ése el único bajonazo de moral que la puta realidad (y perdónenme la expresión) iba a propinarnos. 

Adelanto el desenlace: alrededor de una hora después, tras haber recorrido todas las carpas habitadas por animales de compañía escrupulosamente cuidados y deseosos de encontrar amor, familia y dueños, tuvimos que volver a casa mustios de corazón, algo coléricos y con el trasportín y las manos vacías.

La corrección política, la demagogia del buenismo hipócrita y el ansia de controlarlo todo para que no quede en este país devastado por el puritanismo de la izquierda, por el infantilismo de la progresía y por la iconoclastia de la barbarie woke un solo resquicio para que la libertad respire, se había abatido sobre nosotros. 

El personal que atendía en las carpas a los visitantes –casi todos eran mujeres jóvenes de correctísimo y hospitalario trato, aunque algo contritas por verse obligadas al papel de aguafiestas– fue desplegando ante nosotros el complejo itinerario burocrático que era preciso recorrer para algo tan sencillo como antes lo era hacerse con un gato.

Estábamos experimentando en carne propia el mascoticidio puesto en marcha por la ley Belarra

Formularios, compromisos, declaraciones juradas, pasaportes, controles médicos, visitas a la sede de la Asociación implicada, qué sé yo… Pejigueras. Mi hijo no daba crédito a sus oídos, Emma porfiaba en vano y yo susurraba maldiciones en arameo para no acabar con mis huesos en un calabozo.

Estábamos experimentando en carne propia el mascoticidio puesto en marcha por la ley Belarra que pronto, si el sentido común y el amor a los animales no lo impide, conducirá a la progresiva exterminación de perros, gatos, periquitos, conejos, hamsters, ratoncillos, canarios, jilgueros, tortugas, ardillas voladoras –mi hijo está empeñado en que le regale una–, camaleones, hurones, patitos y otros seres entrañables.

Eso sí: si quiere usted, amigo lector, acomodar en el sofá del salón de su domicilio un búfalo de agua, por ejemplo, un jabalí, una llama o un camello, la ley Belarra lo autoriza. No bromeo ni exagero. Esos animales y otros muchos de parejo trapío, figuran en el Listado (sic) de Mascotas elaborado y aprobado en Holanda. Es un detalle del que me enteré ayer leyendo un divertido artículo de Marta Arce en Libertad Digital. Se diría que el relato de esta columna es meramente anecdótico, pero quien lo piense se equivoca. Es categórico y metafórico, e ilustra de maravilla hacia donde camina esta sociedad del control orwelliano, de la Agenda 2030, de la globalización, de la oclocracia, de la Unión Europea y del odio a la libertad.

Cumplen, señora Belarra, esos cachorrillos con todos los requisitos de su contraproducente ley. No se moleste en enviar a Emma los gendarmes

POSDATA – Final feliz… Puse yo, al volver a casa, en mi cuenta de Twitter, que tiene ya ciento once mil seguidores, un S.O.S pidiendo person to person, sin intermediarios belarritas, un par de cachorrillos de gato para Emma y enseguida mi ruego fue escuchado por decenas de amantes de los gatos y de la libertad. Sopesamos las características de los animales así ofrecidos y… dicho y hecho. Un gatito rubio y otro gris, debidamente vacunados, desparasitados y registrados, llegarán el miércoles a su nueva propietaria, que los tratará con el cariño, el respeto y la atención que todos los seres vivos (y los gatos más) merecen. Cumplen, señora Belarra, esos cachorrillos con todos los requisitos de su contraproducente ley. No se moleste en enviar a Emma los gendarmes.

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