«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Editora en jefe de El American. Economista. Columnista y analista política en radio y televisión. Podcaster. Colombiana exiliada en EE. UU.
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Asesinar al presidente

28 de junio de 2021

Lo advertimos desde el principio, las «protestas» que tienen lugar en Colombia no son una reacción espontánea de gente indignada que busca un mejor país. Es un ataque organizado por la izquierda internacional que quiere tomar el poder en un país fundamental para el narcotráfico, actividad delincuencial que es la fuente de financiación principal de los socialistas.

El viernes pasado el helicóptero en el que se transportaba el presidente Iván Duque y sus ministros de defensa y del interior, fue atacado en zona cercana a la frontera con Venezuela. Afortunadamente todos salieron ilesos. La Policía Nacional ha dicho que se encontraron dos fusiles que habrían sido utilizados en el atentado, uno es un AK-47 con número de registro que está siendo buscado por las autoridades, y el otro es un fusil calibre 7-62 tipo FAL con marcas de las Fuerzas Armadas de Venezuela.

Debe quedar claro, para todo el mundo, que desde Venezuela se trabaja para que el narco-comunismo se tome Colombia. El asunto del fusil de las Fuerzas Armadas de Venezuela utilizado en el atentado contra el presidente y sus ministros no sorprende a nadie que siga las noticias de estos dos países. El mismo Diosdado Cabello, número dos de la tiranía que oprime a Venezuela, ha dicho que la guerra con Colombia «será en territorio colombiano».

Sabemos también desde hace mucho que los capos de las FARC y el ELN han convertido a Venezuela en su oficina, desde donde dan órdenes y también despachan toda la droga que se cultiva en Colombia. Sin Venezuela y sin Cuba, donde se llevó a cabo el acuerdo de La Habana, nada de lo que ocurre por estos días en Colombia hubiera sido posible.

Habiendo entendido el carácter criminal e internacional de la amenaza que pesa sobre Colombia, volvamos unos meses atrás cuando empezaron las «protestas» que aún continúan -aunque ya mucho más menguadas-. Mientras que en Chile la excusa para incendiar Santiago fue que le subieron al pasaje del metro 4 centavos de dólar, en Colombia fue una reforma tributaria que nació muerta, no había un solo partido, ni siquiera un congresista, que apoyara el proyecto. Aunque Duque rápidamente se echó para atrás en su intención, las protestas continuaron y rápidamente escalaron a terrorismo urbano, secuestros colectivos y zonas en las que las autoridades perdieron el control. La reforma era solo la excusa.

Lo que ocurría en Colombia era simplemente un carnaval de delincuencia en el que cayeron de idiotas útiles muchos colombianos, afortunadamente no tantos como los criminales necesitaban para tumbar al presidente. Le dijeron a los colombianos que no se trataba de izquierda, que se trataba de buscar un país más justo, que era simple indignación y que la violencia era de unos cuantos «infiltrados».

Afortunadamente Colombia no es Chile. No lograron convertir al presidente en una marioneta, no pudieron imponer una constituyente, no lograron que la mayoría del país se les uniera. Duque, con todos los errores que tiene, no fue Piñera. En Colombia pocos, pero muy valientes políticos, han denunciado desde el inicio lo que está pasando, y desde el Centro Democrático se le ha insistido al presidente que esto se trata de sacarlo del poder. Pero, sobre todo, en Colombia la gente no permitió que el asunto escalara.

Los colombianos, con una historia reciente de mucha violencia, pasan a la acción de forma muy rápida. En lugares donde la Policía no llegó para proteger la propiedad privada, los ciudadanos salieron a defenderla de «manifestantes», saqueadores y terroristas urbanos, haciendo uso de su derecho a la legítima defensa.

Mientras unos cuantos terroristas urbanos, que se hacen llamar «primera línea», atacan a muerte a los policías, la mayoría de los colombianos los han defendido físicamente pero también en el ámbito de la narrativa -asunto fundamental en las guerras de hoy en día-. Durante muchos días en Colombia las tendencias de twitter iban en defensa de la Policía, al tiempo que se organizaron grupos de vecinos para defender y acompañar a los policías de sus barrios.

En Colombia usaron exactamente la misma estrategia que en Chile, la diferencia es que mientras en Chile la mayoría terminó haciéndole el juego a la izquierda, en Colombia el Gobierno sintió la presión de sus votantes, que exigían mano dura con la delincuencia. 

Ahora bien, no pudiendo llevar a cabo su plan de golpe de Estado posmoderno, que fue lo que hicieron en Chile donde, aunque Piñera sigue siendo el presidente, quien manda es la izquierda, han avanzado en una estrategia más frontal y directa: asesinar al presidente.

El atentado ocurrido la semana pasada es una declaración de guerra. Han puesto las cartas sobre la mesa, es claro qué quieren y es claro también que tienen infiltrada la seguridad del presidente -alguien les dijo cuál era el helicóptero en el que iba Duque-. Colombia ha aprendido, con mucho dolor y sufrimiento, que el terrorismo solo se puede enfrentar con combate frontal, y que el narcotráfico es la principal fuente de financiamiento de esos delincuentes.

Hay que volver a empezar de nuevo, como en el 2002, cuando se eligió a Uribe con su promesa de mano dura, pero el país ya lo hizo una vez, los colombianos lo pueden volver a lograr. Ahora bien, hay que trabajar también en la estrategia a largo plazo, en atacar el origen de todos los males, por eso es necesario que el mundo hispano se una para derrotar esa macabra unión de castrismo y chavismo.

Sin Cuba y sin Venezuela no hubiera habido pacto de La Habana. Sin Cuba y sin Venezuela Podemos no sería nada y Sánchez tampoco, Chile no habría entregado su futuro a la izquierda y Bolivia no estaría a punto de volver a las manos del cocalero al que le gustan las menores -depravación común en la izquierda-. Hay que ir al origen de los males.

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