¡Oh, Dios mío, el PSOE abandona definitivamente el espíritu de la Navidad, el espíritu del 78! El abrazo de Genovés se ha quedado en puñalada trapera y el negroni sabe más amargo que de costumbre. Nuestros epígonos de Victoria Prego, con toda su barba y su camiseta de rock and roll, acaban de descubrir que Papá Noel es la invención de una multinacional embotelladora de gaseosa. Pobrecitos habladores. No sabían que el PSOE era don PSOE —el partido del Estado, como se le define acertadamente en un rincón del ABC—; una máquina de llegar al poder o acapararlo sin pararse en barras, siempre a un coste asumible. Y no por casualidad. El PSOE es la encarnación política más perfecta del aire de los tiempos, de ahí su hiperlegitimación. Es el partido del extranjero y del que se siente extranjero en el interior. Es el embajador perfecto de ese mundo nuevo al que nos llevan por el ronzal desde 1945.
A nuestros Balzac en Adidas —aunque la mentalidad es más de zapatilla de felpa— todavía se les hace el culito Calisay con la «santa Transición» que ha desembocado en esta bananización por vía de consenso —valor sagrado con el que nos machacan las meninges desde hace décadas— y en nombre de la convivencia. Se puede pactar, nos dicen, cumpliendo la ley y dentro de la Constitución. La puntita nada más, como cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad. Pero, caramba, esto es otra cosa. Y el problema radica en la ausencia del contrapeso judicial que Sánchez, según ellos, habría desactivado justo ahora. Como si no contara el trabajo que el «PSOE bueno» ya hizo hace décadas. Como si Alfonso Guerra no hubiera certificado la defunción de Montesquieu en 1985. Como si antes de julio de 2023 pudiéramos separar cómodamente el Sánchez ejecutivo del Sánchez legislativo o el Sánchez judicial. Como si la politización de la justicia no fuera algo intrínseco a este régimen.
Es ya un lugar común citar lo que dijo Pablo Iglesias Posse sobre el PSOE hace 113 años en el Congreso: «Este partido (…) estará en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones». Aunque la frase fuera pronunciada en un momento histórico donde la estrategia revolucionaria exigía disimulo y conveniencia, no parece que Suresnes haya cambiado mucho la metodología del partido cuando de tocar pelo se trata.
Pero calma: «Europa» nos va a salvar… ¡Viva Europa! Un mandarín del tinglado europeo ha solicitado explicaciones sobre lo que Sánchez se trae entre manos y seguramente la cosa tenga consecuencias gravísimas para nuestro presidente. Como dirían en el polarizadísimo X (antes Twitter): dejen trabajar a la Unión Europea. Lo de Polonia y Hungría va a ser una broma en comparación con lo nuestro.
Basta un poco de honestidad intelectual para comprender la perversión de un régimen que ha demostrado favorecer un ecosistema amable para la corrupción y el desmembramiento de la nación. Se necesita humildad para reconocer haber errado y, por qué no, admitir el trabajo de zapa y demonización al que algunos se entregaron con fervor en la pasada campaña electoral. Hay que tirar de reaños para dejar de ponerse de perfil por no molestar al otro partido responsable, cooperador necesario, sin el cual el PSOE no estaría bailando sardanas. Es imprescindible abandonar la mentalidad que nos ha traído hasta aquí, dejar de enredar al votante —por incapacidad de entendimiento o propio interés, qué más da—. La traición también es esto.