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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

No son iguales

26 de abril de 2021

Hay tópicos que parecen que van a estar siempre entre nosotros, repitiéndose incansables, repitiéndose, repitiéndose, pero que, de repente, aprovechando el camuflaje de la rutina, desaparecen, para dejar quizá hueco a otros. Como el lenguaje es la huella dactilar de la sociedad, el fenómeno no debe pasarse por alto. Observen que antes se decía muchísimo: «Todos los políticos son iguales». Ha dejado de escucharse; y la frase: «Echo de menos el bipartidismo» es la que los más exquisitos nos ofrecen como sustituto. Pero que no termina de calar.

Hay unos políticos que quieren más poder, más «chiringuitos», más puestos de libre designación, más diputados por asamblea, más gasto y más presupuesto; y otros, no

Lo que nos sopla el lenguaje es que, cuando había bipartidismo, los políticos parecían iguales o lo eran. Y ya no. Pocos como yo sentirán tanto la tentación manriqueña de musitar que «cualquier tiempo pasado fue mejor», pero recuerden que don Jorge Manrique ya se daba cuenta de que, en realidad, era una apariencia. Conviene observar las cosas buenas de la situación presente. Esta diferencia entre los políticos —ahora mucho más palpable— es una de ellas. Desde luego, permite al pueblo soberano ejercer su derecho de voto con una verdadera variedad de oferta. 

En el debate, (…) Rocío Monasterio fue la única que habló de ahorrar en partidas políticas para poder atender otras necesidades sociales sin incrementar el gasto

Hay distinciones evidentes de valores, de ideas y de principios; y cada cual preferirá los suyos libremente, faltaría más. Pero hay una distinción previa, que quedó clara en el debate electoral de Telemadrid, a la que con tanto alboroto no se le está haciendo ningún caso. Tendría, además, un especial atractivo, precisamente, para aquellos que expresaban su desconfianza hacia los políticos tan iguales de antaño. Hay unos políticos que quieren más poder, más «chiringuitos», más puestos de libre designación, más diputados por asamblea, más gasto y más presupuesto; y otros, no.

En el debate, cualquier cuestión que se planteaba (recuérdenlo) era solucionada inmediatamente por todos los candidatos con igual dinero público, más inversión, más asignaciones, más contrataciones, etc. Por todos, menos por Rocío Monasterio, que fue la única que habló de ahorrar en partidas políticas para poder atender otras necesidades sociales sin incrementar el gasto. Incluso lo que parecía un baldón en la trayectoria previa de Santiago Abascal, su trabajo en un organismo de Esperanza Aguirre, se convierte en un signo inequívoco de esa diferencia. Él cerró aquel organismo cuando se cercioró de su inutilidad. Debe de ser un caso único en la historia reciente.

El agudo pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila observaba que un pecado original de la democracia es que sólo llegan al poder quienes se postulan para conseguirlo, y lo ambicionan con toda su alma. El único antídoto democrático contra eso es quien aspira a llegar al poder, sí, pero para sacar sus manos del presupuesto, del bolsillo de los contribuyentes, de la inflación legislativa y de los puestos políticos bien retribuidos para una legión de afiliados y asesores. O sea, una ambición de ida y, sobre todo, de vuelta, que tenga el firme propósito de dejar más espacio a la sociedad civil, a la libertad del ciudadano y a los derechos de las familias.

Necesitamos la preservación o la reconquista de espacios libres de intervencionismo ideológico, legislativo y fiscal

Cuando se habla de la insoportable politización de la vida española, quizá no se propongan las mejores soluciones. No debería remediarse con menos entusiasmo político ni, mucho menos, con la renuncia al pensamiento claro o a la defensa firme de unos principios. Necesitamos la preservación o la reconquista de espacios libres de intervencionismo ideológico, legislativo y fiscal. La libertad no es que nos atiborren de derechos subjetivos que ya podríamos tomárnoslos nosotros, libremente; sino que nos dejen más aire.

Entre las mil y una diferencias entre los políticos que están a la vista de todos, tiene un peso casi inédito el de quienes están dispuestos a revertir el abrazo del oso de lo público a la sociedad civil. Es una novedad.

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