«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.
Barcelona 1959. Escritor y periodista. Su último libro publicado es “PSC: Historia de una traición” (Deusto, 2020). Premio Ciutat de Barcelona año 2000 en Radio y Televisión.

No tan solo los niños vienen de París

5 de julio de 2023

La situación vivida en Francia, y que podemos calificar sin riesgo a exagerar como una insurrección violenta, debería preocuparnos a los españoles. En primer lugar porque nosotros tenemos frontera natural con Marruecos —recordemos el componente racial de la violencia producida en Francia— y en segundo porque la población originaria de países musulmanes en España ya asciende a más de 2,3 millones de personas según cifras oficiales. Seguramente son bastantes más debido al incremento de llegadas en pateras. Esa presencia es singularmente notable, por orden, en las provincias de Barcelona, Madrid y Murcia; por ciudades, en Barcelona, Valencia y Logroño; en porcentaje, Ceuta y Melilla.

Facilito estos datos sin mayor intención que la de mostrar una realidad sociológica indiscutible. No son cifras para desestimar con cuatro papemas o la consigna resobadísima de «Ahí está la extrema derecha intoxicando». Puedo decir que, personalmente, he visto en Francia como el germen de la insurrección se gestaba en las banlieus sin que los partidos «tradicionales» interviniesen más que para demonizar al Front Nationale en su día o a Marine Le Pen en la actualidad. Solamente Sarkozy tuvo el coraje de adentrarse en ese territorio dominado por la ley islámica en plena república francesa y hacer sonar la voz de la ley que debe ser igual para todos los ciudadanos. En aquel entonces, y hablo de hace por lo menos catorce años, dije que el problema de la integración no residía tanto en los que se incorporaban de nuevo a Europa sino en los que, habiendo nacido aquí y habiendo sido educados en escuelas públicas en valores laicos, se aferraban con más fanatismo que sus progenitores a ideas como la Sharía o el radicalismo islámico. Los vándalos que vemos incendiar automóviles, contenedores, romper lunas de comercios o arrasar en las tiendas no son personas mayores. Son jóvenes que se niegan a ser franceses y a aceptar las reglas de su país, porque en él nacieron, aunque renieguen del mismo.

Ese fenómeno, y que no lo dude nadie, va a trasladarse más pronto que tarde a España. De hecho, ya hemos empezado a tener nuestras propias banlieus en las grandes ciudades, donde existen barrios en los que parece que te encuentres en cualquier lugar de Marruecos. Todo es árabe: lengua, cultura, religión, burkas, comida, comercios. No creo que eso sea bueno o malo, pero sí afirmo que puede ser nefasto si lo que se presenta por los pijoprogres como un «rasgo cultural» acaba convirtiéndose en un gueto con ínfulas de Estado propio. Porque el dilema radica entre quienes vienen a Europa a ganarse la vida manteniendo sus costumbre pero respetando nuestras leyes y los que vienen a destruir nuestro sistema de valores tratando de imponer los suyos.

Cuidado, señores progres. Una cosa es integrar y respetar y otra rendirse con armas y bagajes diciendo que quien señala este problema es poco menos que un nazi al que hay que eliminar de la ecuación política.

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